martes, 20 de enero de 2009

SORPRESAS

Ángel Pulla Dijort/Málaga

 

 

Imagínate que un día, al cabo de los años, sin motivo aparente alguno, te encuentras inesperadamente con una persona, a la que ya habías olvidado. Que ni siquiera recordabas, porque además no era especial santo de tu devoción, pero que en este momento te la  encuentras en una situación… digamos que no muy agradable para ninguno de los dos.

 

Cuando me encuentro en la Facultad de Medicina, donde estoy terminando mi carrera y empezando a plantearme qué especialidad preparar, frente a frente con Goyo Sainz, conociendo el problema en que se encuentra y sabiendo que yo debo evitarle cualquier tipo de tropiezo, aunque solo sea en recuerdo del  tiempo pasado, no por otra razón…

 

Hace trece años, yo, Pablo Serrano, conozco a un montón de niños que empezamos el bachiller, y entre ellos uno llamado Gregorio Sainz. Ni especial, ni el mejor, ni el más listo, uno más.

 

Me llevo bien con él. Es estudioso, va bien en clase. Vemos varias cosas juntos, estudiamos a veces para aclarar conceptos, repasamos temas y además también le gusta el fútbol, como a mí, y podemos hablar de cosas comunes. No existen cosas raras entre nosotros, porque a los dos nos va muy bien en clase, los dos obtenemos muy buenas calificaciones.

 

Así vamos pasando los cursos, sin ningún tipo de problema, siendo buenos amigos. No los mejores amigos, pero sí buenos. Nos entendíamos bien.

 

En sexto, si yo hubiera sido más perspicaz me hubiera dado cuenta, noté como un cambio en Goyo. No era nada concreto, no podría determinar exactamente las causas en que basaba mi sospecha, pero yo estaba seguro de que las cosas no eran igual que en otros cursos.

 

Incluso se excusaba para no seguir estudiando, ni preparando temas juntos. Faltaba a varias clases, lo veía a veces con señores mayores que nosotros, bien vestidos, y siempre hablando muy serios, y siempre poniendo excusas para no  seguir juntándonos a estudiar.

 

Aprobó y se marchó, sin ni siquiera decir qué pensaba hacer el próximo curso. Nunca más supe qué decisión había tomado, en qué pensaba matricularse, si es que quería seguir estudiando, o qué otra vía había pensado tomar. Nada.

 

Yo por mi parte, después de muchas consultas, consejos, idas y vueltas, y vacilaciones sin fin, decidí matricularme en Medicina. Quería especializarme en Neurología.

 

Así lo hice, y así llevo cuatro años en la Facultad. La verdad es que me va bien, muy bien, diría yo. Además no puedo permitirme el lujo de perder tiempo, ni curso, porque los becados tenemos siempre sobre nosotros la amenaza de la beca. No puedes permitirte su pérdida.

 

En este curso pasado, y debido a las huelgas de estudiantes, de profesores y a las continuas cargas, registros, y demás incidencias en el campus, ha resultado muy difícil poder cumplir con las exigencias y se nos ha permitido algún incumplimiento. En el curso actual, tras la desaparición del régimen anterior, y en espera de lo que deparen los cambios que lleve consigo la transición y las elecciones, el ambiente dentro de la universidad se ha vuelto irrespirable. Hay espías hasta en el lavabo.

 

Aunque no estoy metido en ningún partido, ni asociación, sí tengo amigos que pertenecen a lo que normalmente se llama "el partido", pertenecen al Partido Comunista. Días atrás, uno de ellos, me comenta que tiene que faltar unos días a clase, que le preste mis apuntes y que, si puedo, vaya a verle a tal iglesia a las horas de cursillo, de 18 a 20 horas.

 

Después de casi tener que confesarme con un cura joven, a quién tenía que dirigirme para poder hablar con mi amigo, paso a unos apartamentos adjuntos y me encuentro con él.

 

Me pone al corriente de lo que ocurre. Alguien de dentro de la universidad ha detallado nombres y datos de los afiliados, y la Social anda deteniendo poco a poco a los estudiantes del partido. "No se te ocurra hablar,  ni telefonear, ni siquiera decir nada de nosotros, porque no sabes con quién estás hablando".  Pero según me dice mi amigo, parece ser que ya le tienen descubierto, que se trata de uno de Filosofía, un tal Goyo Sainz, y que, por supuesto ha firmado su sentencia de muerte. Lo van a citar y va a desaparecer. Sin más, desaparecer.

 

Me quedé petrificado cuando oí el nombre del chivato. No pude reaccionar. De pronto me vinieron al recuerdo todas aquellas ausencias de sexto, aquellos señores muy serios con quienes yo le veía, aquella forma de apartarse de nosotros, y la marcha a final de curso sin decir ni palabra. Entonces es cuando me di cuenta de que yo debía haber sido más perspicaz.

 

Y entonces es cuando a mí me despertó por dentro una voz que me recordaba a mi amigo de tantos años, condenado a desaparecer, y otra que me decía que eso se lo había merecido por su posición ante sus compañeros, su engaño y su hipocresía.

 

Todavía no sé si hice bien o mal. No he encontrado la clave de mi decisión. Pero lo cierto es que me fui a Filosofía, estuve preguntando, la mayor parte no le conocía. Alguno que lo conocía me dijo que era difícil localizarle porque venía muy poco a clase y nadie sabía donde localizarlo.

 

Una chica, yo creo que también era de la Social, se ofreció a darle mi recado. Tras mucho insistir para que le dijera de qué se trataba, lo único que le dije fue que le dijera de parte de Pablo Serrano que tenía algo de vital importancia para él, que me viera.

 

Cuando le tuve delante, después de confesarme que era agente de la Social,  solo pude decirle: "Por mi amigo Goyo Sainz, de bachiller, quiero evitarte una catástrofe. Te han descubierto, no vuelvas por aquí".

 

Nunca más he vuelto a verle, tampoco siento deseos de hacerlo. No quiero otra sorpresa como esta.  

 

  

 

 

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