lunes, 21 de noviembre de 2011

DEBO SER UN BICHO RARO

Ángel Pulla Dijort/Málaga

 

Google.

Todos los que sois – o mejor, somos – adictos a la búsqueda de cualquier tipo de información, sea la que sea, por necesidad o por placer, tenemos esta fácil salida: Google.

Había una palabra, que la utilizaba mucho Iñaqui Gabilondo, cuando dirigía el programa de radio de las mañanas, que solo con oírla ya te daba una idea exacta de lo que pretendía comunicar, pero no la recuerdo. Era algo así como "gusguseando". Pero este antipático alemán me sigue persiguiendo y finalmente conseguirá que la olvide.

Volviendo a lo que iba a decir, metido en esta búsqueda, miré una página de antiguos alumnos de Uclés y me enganchó, no por nada en particular, sino porque en ella encontré reseñas de algunos antiguos compañeros míos de estudios, o de gente que aunque no coincidimos en el tiempo, sí lo hemos hecho en lugares y asuntos que nos han sido comunes.

Y de aquí parte mi primera duda y que da título a mi artículo: Debo Ser Un Tipo Raro.

Leo un artículo de un antiguo alumno, al que yo no recuerdo, aunque cursaba un curso superior al mío, donde veo su gran cariño y admiración por aquel centro. Se apellidaba Mancheño, y refiriéndose a sus recuerdos por los ratos pasados en este centro, cita a otro de sus compañeros que declaraba  "que era un pecado ser de la Mancha y no conocer Uclés".  

Verdaderamente merece la pena conocer el "Escorial de la Mancha". Es un monasterio digno de ser visitado. Pero yo pasé allí cinco años – cada año teníamos mes y medio de vacaciones en verano – y no siento ningún cariño especial, no aprecio dentro de mí esas sensaciones de las que habla este amigo Mancheño…

Continuo viendo otras diversas páginas, artículos, escritos, de otros antiguos alumnos – ignoro si algunos son curas, o se han dedicado a otras profesiones – y encuentro un paralelismo con todos estos detalles anteriormente citados, síntomas a mi parecer, de un afecto, una predilección o una querencia, de la que yo me siento totalmente falto.

No falto por animadversión mía, sino más bien por indiferencia. ¿Tan raro soy yo?

Este amigo Mancheño cita una relación de todos sus compañeros de curso. Efectivamente a algunos de ellos los recuerdo perfectamente e incluso posteriormente hemos coincidido en otros centros y en otras circunstancias, pero yo me impongo el esfuerzo de recordar a mis compañeros de curso, y me resulta imposible pasar de diez o doce nombres (gracias a que mi amigo Bautista tiene una gran memoria y me ayuda a recordarlos).

Continuo leyendo memorias y veo que se trata de asuntos referentes a varios profesores, recuerdo a alguno de ellos, de personas que ahora me resultan totalmente desconocidos… ¿Tan Raro Soy Yo Que Olvido A Esta Gente Habiendo Otros Ex Compañeros Que Recuerdan Nombre, Apellidos, Anécdotas…?

Ante esos afectos que yo veo en estos artículos, y esos ratos tan extraordinarios pasados en este monasterio, intento hurgar en mi memoria, y me encuentro con unos recuerdos – pequeños, no merecedores de esos calificativos que encentro en esos escritos - , que, bueno, los hay buenos, regulares y algunos no tan buenos.

Lo que me llama la atención es que parece que soy yo el único que lleva el paso al revés. No coincido en su mayoría con esas agradables sensaciones, esa plenitud de cariño y agradecimiento de mis antiguos compañeros con la vida pasada aquí.

Considerando todos estos hechos, y que yo no me siento "un bicho raro", estoy empezando a pensar que en estas páginas de antiguos alumnos puede darse una previa criba de artículos, y solamente se publiquen aquellos que reciban el "nihil obstat" de los dirigentes de las mismas.

Por otra parte, existe la posibilidad de que yo no haya sabido apreciar en los años que pasé en este centro las emociones, las vivencias, que sí han podido extraer mis ex compañeros.

Normalmente soy una persona muy observadora, me gusta especialmente escuchar, y suelo apreciar cualquier tipo de ocasión agradable o de comunicación emotiva entre gentes del grupo al que corresponda.

Disfruto de esos bellos momentos seductores, placenteros y que por su fuerte impresión quedan grabados para siempre en la mente de un chico ávido de recibir informaciones que completen poco a poco su formación.

En consecuencia debo haber recibido todo este mismo caudal de sensaciones que relacionan mis antiguos compañeros. Y no las localizo.

Es ese hecho precisamente lo que obliga a preguntarme si soy realmente un bicho raro.

Dando tantas vueltas a estas ideas, me veré obligado a pensar lo que decía Louis Pasteur, cuando "tropezaba" con el problema de las dudas: "Duda siempre de ti mismo, hasta que los datos no dejen lugar a dudas"

En algunos de estos artículos se hablaba de profesores, entre ellos D. Martín. Este D. Martín, dudo que moviera grandes pasiones entre cualquiera de mis compañeros. Yo coincidí con él solamente un año, a dios gracias.

Éramos todos niños de entre diez y dieciséis años, más o menos. Yo tenía diez años en ese año que coincidí con él y por aquella fecha ya era conocido como el mayor "ahostiador" del reino. A niños como nosotros no le resultaba inapropiado propinar un par de tortas por el motivo que él creyera adecuado.

¡Cómo puedes decir que este profesor te hace recordar momentos extraordinarios o sensaciones agradables…!

De todos los profesores que se citan en varios de estos artículos, solamente recuerdo dos – puede que fuera alguno más -, que yo recuerde con especial cariño, respeto y admiración. Son D. Dimas Pérez y D. Vicente Tradacete.

El primero

Ø porque daba siempre la impresión de que te iba a solucionar cualquier problema que tuvieras.

Ø Porque era una persona muy bien preparada, culto y educador.

Ø Porque era el mejor profesor de latín que yo he conocido, y sabía hacerte conocer y gustar esa asignatura.

 

El segundo

Ø Porque era un profesor que te hacía vivir su asignatura

Ø Porque gracias a él yo aprendí a gozar de la música clásica, del teatro, de la lectura…

Ø Porque es el mejor profesor de literatura que yo haya conocido nunca

 

Con estos profesores sí entiendo ese deleite y esos afectos a los que hacen referencia esos artículos. A estos sí me adhiero. Creo que es en lo único que coincido con ellos.

 

Quizá es que yo me perdí todo lo demás, no supe apreciarlo y por ello es por lo que a mí se me plantea la duda de "si realmente yo soy un bicho raro".

 

      

jueves, 10 de noviembre de 2011

AMÉRICA, AMÉRICA.

 

Mayte Tudea

4-Noviembre-2011

 

 

                       

¡Hay que ver cómo son los americanos! ¡Estos americanos...! ¡Lo que no  se les ocurra a los americanos...! Decir "americano" es como intentar concentrar todo el agua del mar, en un cubito de playa.

 

El término "americano" siempre lo identificamos con el de "estadounidense". Pero ni siquiera esta definición es capaz de abarcar la variedad, la amplitud, la complejidad o la simpleza de los habitantes de un país tan extenso, tan singular, como el que lo componen los cincuenta   Estados con leyes y costumbres diferentes, y algunos de ellos con características radicalmente opuestas.

 

No es, no puede ser comparable un ciudadano nacido en San Francisco con otro de Nueva Orleans, ni un oriundo de Filadelfia con el de Kansas u Oregón.

 

No hay patrones exactos que puedan definir la idiosincrasia ni el perfil de un "auténtico americano". En ocasiones me sorprende su ingenuidad y en otras su malicia. Hay veces que me asquea su prepotencia y otras que me asombra su generosidad. Sin embargo, en esa línea divisoria en la que siempre oscilo, en esa ambivalencia entre el amor y el odio en la que me  muevo respecto a ellos, hay algo que me admira sobremanera: La capacidad de autocrítica que poseen y la valentía para intentar "dinamitar", si lo consideran necesario, sus instituciones y hasta sus iconos más venerados. Recordemos el caso "watergate" como el paradigma de cuanto estoy diciendo.  

 

Pues bien, este fin de semana he tenido la oportunidad de ver en la gran pantalla "Margin Call". Con un abanico de actores sorprendentemente buenos, encabezados por Kevin Spacey, y secundados por Jeremy Irons y  varios más, un tema tan arduo y tan de actualidad como las actividades de una sociedad dedicada a la venta de valores y acciones en Bolsa, queda perfectamente explicado a pesar de su complejidad y nos pone en antecedentes del "tsunami" económico que se inició con la quiebra de "Leman Brothers" y que arrastramos todavía, y seguimos padeciendo.

 

Así podemos fácilmente entender lo de los "bonos basura", los "paquetes"

compuestos por buenos y malos bienes, "la venta de humo" en participaciones; Wall Street, sin ir más lejos...

 

Igual que si fuera una película de "suspense", se van sucediendo a través de una larga noche un determinado número de secuencias en las que  quedan reflejados los personajes a sangre y fuego: el íntegro, el ingenuo, el honrado, el calculador, el arribista, el cínico, el despiadado y el inmisericorde o "estafador de altos vuelos". Alguno de ellos combatiendo con sus dilemas morales, sus cobardías, sus miserias, su lucha por sobrevivir en una piscina infestada de tiburones.

 

Como alegoría significativa, la escena del protagonista llorando desconsolado abrazado a su perra muerta... Y es que hay más de una Luna filósofa incluso por otras latitudes.

 

Lo más terrible para el espectador de este film, es sospechar que lo que nos presentan en la pantalla tiene el envoltorio de una ficción, pero que no lo es. Y que bien pudiera ser un documental interpretado por excelentes  actores, para hacerlo más atractivo y más digerible.

 

Y al final, y esto es lo que más me asombra de los americanos, no hay concesiones de ningún tipo. Como decía mi abuela "todos somos muy buenos, pero mi capa, no aparece". Y es que desengañémonos, la hipoteca, aquí o a la orilla del Hudson, es imprescindible pagarla si queremos continuar viviendo bajo techo...