viernes, 9 de enero de 2009

DIA  DE  REYES

Mayte Tudea

 

 

 

Acaba de terminar el día de Reyes. Cuando ha salido por la puerta mi último nieto dejando tras de sí "las huellas de la revolución francesa y rusa unidas" -no describiré el salón, ni el cuarto donde juegan, ni el resto de la casa, porque hay cosas que "para narrarlas no ha menester referirlas"-, me he enfrentado a dos opciones: Primera. Comenzar a ordenar, recoger, limpiar, sobresaltarme ante las heridas inflingidas a algún mueble, etc., etc.,

o como contraria y segunda posibilidad, sentarme frente al ordenador a contestar los correos recibidos e hilvanar unas cuantas impresiones sobre este día que pone fin a las fiestas navideñas.

 

         Lo natural en mí hubiera sido apuntarme a la primera opción.

Más como he comenzado el año con un decálogo de buenos propósitos -buenos para mí-, y lo que me apetecía era la segunda,

aquí estoy intentado ordenar -negro sobre blanco-, lo que bulle en

mi mente y trasladarlo al papel.

 

         Ayer por la tarde, casi de noche, salí a comprar un último regalo para mi nieto el mayor. Un juego para la "game boy" -nada fácil de encontrar, por cierto-, que sus padres no estaban dispuestos a incluir en su lista.

 

         Yo había sido muy previsora y desde comienzos del mes de Diciembre ya tenía en mi casa todos los obsequios guardados para evitar las aglomeraciones y prisas de los momentos finales. No me sirvió de gran cosa.  Pudo más la "abuelitis" que el sentido común y me metí en la vorágine de un gran centro comercial, atestado de gente, sólo porque el deseo del niño fuera cumplido.

 

         Y cuando digo "vorágine" no exagero. Ríos de personas yendo de un lado para otro con expresión de agobio, arrastrando paquetes voluminosos, bolsas, cajas; y ruido, mucho ruido. La crisis -al menos ayer-, se replegó a sus cuarteles de invierno.

 

          Y llegó el gran día. Mis niños habían recibido los regalos

que los Reyes habían dejado en sus casas respectivas, pero como es costumbre, llegaron a la mía para recoger los encargos que su abuela y sus tíos habían hecho a los Magos de Oriente.

 

          El famoso juego para la "game-boy" sólo consiguió que ante la pregunta de "¿te gusta?", mi nieto Luis contestara con un escueto "sí". Y  ante las "Barbies" elegantemente vestidas y acompañadas de un sinfín de complementos, mis niñas dijeran: "A nosotras las que nos gustan son las "Bra" (otra marca de muñecas).

 

         Sólo mi nieto Álvaro demostró su entusiasmo por los juguetes

que le habían correspondido.

 

Comieron, jugaron, corrieron, se pelearon y con objeto de serenarlos un poco –al menos durante un rato-, saqué un viejo parchís que era de sus padres, y les puse a jugar a la oca. ¡Santo remedio! "De puente a puente y tiro porque me lleva la corriente..."

Las Barbies, la game-boy, la Wii y otros sonoros entretenimientos de última generación quedaron aparcados, y todo su interés a partir de ese momento, consistió en no caer en la cárcel y evitar la calavera en la última recta. Yo pensaba: "Para este viaje no hacían falta tantas alforjas". Los niños, como niños que son, disfrutan con las cosas sencillas y son felices del modo más simple. Es el marketing que despliega esta sociedad consumista y el bombardeo de la publicidad al que les someten, lo que les incita a desear cosas complejas y costosas que luego no saben valorar. Igual que nos ocurre a los mayores.

 

         Bueno, el serial de las fiestas ha tocado a su fin. Mañana vuelta a la normalidad. Y antes de irme a la cama, y a pesar de mis buenos propósitos, voy a organizar mi casa, porque sin orden exterior no consigo el orden interior, y sin éste, no logro conciliar el sueño, y si no duermo, mañana no tendré las ideas claras y si ...

¡que latazo!

          

6-Enero-2009

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pero esos lios,esas tremendas marabuntas de los nietos, son los que vosotros, los abuelos, echais tanto de menos, y el día que falten, porque ya sean mayores, cambio de domicilio, etc, daríais algo para que volviera a ser como lo es ahora, ¿o no, Ñora?

Anónimo dijo...

Realmente este escrito es una confesión de tu espíritu apolíneo, un dionisíaco no sólo no hubiera hecho nada sino que ni siquiera lo habría pensado.
Tomás

Anónimo dijo...

Me consolido contigo, a mi me paso practicamente lo mismo.
Eso de ser abuela no tiene remedio, pero... que dure muchos años, no solo por la ilusión de ellos, la nuestra tambien cuenta.
Un beso.
Mª Eugenia