QUIZÁ DEBIERAMOS APRENDER DE LOS GATOS…
Ángel Pulla Dijort/Málaga
En el Paseo Marítimo Pablo Ruiz Picasso de Málaga, por las rocas que hay al pie del paseo, cerca de los Baños del Carmen, vive una manada de gatos, algunos de ellos muy pequeñitos, de días o semanas.
Pasando esta tarde por allí, dando uno de esos paseos míos de alrededor de catorce kilómetros, me he entretenido un momento en observar el sesteo de los gatos. Ver qué hacen cuando se tumban al sol, sin nada más que hacer hasta la hora de la cena.
Me he fijado en un grupo pequeño, separado del gran grupo. Lo formaban un gato grade, sentado en una piedra alta, y por debajo dos gatitos pequeños, juguetones, especialmente uno de ellos. No dejaba en paz a su compañero. Se sube encima, le muerde, juega con él, no le deja un momento.
El gato grande, que yo digo que es la madre, le ha dado un par de toques al gatito juguetón, como advirtiendo que dejara en paz al otro, más tranquilo.
No había forma de tranquilizarlo. Saltaba sobre el otro, se peleaba con él, lo tiraba sobre la piedra… De pronto, la gata madre se ha incorporado y le ha soltado una "torta" al travieso, que lo ha tirado de espaldas sobre la piedra.
Nunca había visto una reacción así en un gato. Me ha dejado de piedra. Ese pedazo de torta dado al gatito revoltoso… se ha quedado sobre la piedra, separado, quieto…
La reacción inmediata, en caso de que los gatos tuvieran tribu "psi", sería recoger a ese pequeño gatito, maltratado por su madre, hacerle una cura mental de urgencia, someterlo a tratamiento especial, separarlo de su madre y prohibirle a ésta acercarse a su hijo a menos de quinientos metros durante los próximos cinco años.
Y con esto están seguros de que ese gatito va a olvidar y no va a arrastrar para toda su vida el estrés del "maltrato" de su madre…
Eso si tuviera el equipo de "Psi" que vigila la salud mental de nuestros hijos en los colegios e institutos de nuestro país. Pero afortunadamente para los gatos todavía no ha llegado el momento de la sustitución del poder que ejercía el "maestro-profesor-educador" por el todopoderoso "psicopedagogo"…
No niego ni dudo de la eficacia de estos señores, que seguramente será mucha, buena y bien estudiada por los responsables de nuestra educación. No lo dudo, porque entre otras cosas, yo tengo una hija psicóloga.
Sin embargo, sí me planteo, y varias veces lo he comentado en este blog, y en otros, así como en conversaciones con catedráticos y profesores de instituto, donde tengo varios amigos y antiguos compañeros de estudios, si no se estará cometiendo un error, quizá un grave error, con esta tendencia a "super-cuidar" y "super-proteger" la estabilidad mental del niño, contra los excesos cometidos por sus educadores en la época estudiantil…
Todos hemos sido estudiantes, hemos estado en colegios, unos internos, otros externos, y otros "semi-pensionistas", y hemos recibido de vez en cuando un castigo o un cachete, a veces algo más gordo, de parte de un educador.
¡Cuantas veces hemos dicho para nuestros adentros: qué bien, qué necesaria y qué oportuna ha sido esa torta…!
Y además ha causado el fin que se proponía.
¿Hubiera sido mejor una charla de media con el psicólogo? No lo sé. No soy experto en enseñanza, ni en psicología, pero lo dudo. Tras esa charla, el "ingobernable" hubiera seguido igual, hasta acabar con la paciencia de su profesor, de sus compañeros y de cualquiera que intentara controlarle.
Sin embargo, ahora, ante el intento de no producir ningún tipo de trauma mental en los niños – o no tan niños -, no tenemos ningún inconveniente en traumatizar por completo, estresar y desarmar totalmente a los profesores, educadores y a cuantos se pongan por delante, desautorizando sus decisiones y dejando que los alumnos oigan sus advertencias como si oyeran tocar el pito al sereno…, porque como además si me suspendes voy a pasar de curso y no voy a repetir…
¡Qué oportuna he visto este "tortazo" de la gata madre al pequeño danzarín, que no dejaba parar un momento a su hermano!
Nunca había visto una reacción así de un gato, pero me ha dejado maravillado, más que nada por si fuéramos capaces de copiar alguna vez de la actitud de los animales, que a veces dan la impresión de ser más astutos que los humanos.
No reivindico el castigo. Tampoco a mí, cuando era estudiante, me gustaba que me castigaran, pero había veces que tú mismo tenías que pensar ¡es que me lo merezco, es que no quedaba otra salida…!
Enero de 2009