domingo, 28 de septiembre de 2008

EL ASPIRANTE A ESCOLAR

(Cuento popular – serrano 1ª parte/3)

Ángel Pulla Dijort/Málaga

"Manuel micho por capricho, me echa la carne de macho, y ayer decía un borracho: mucho macho me echa micho".

Esto fue lo único que pudo aprender Pablito en sus primeros años de vida, antes de asistir a la escuela.

Nació en un caserío a unos cuatro o cinco kilómetros del pueblo. Nunca había ido allí hasta que cumplió los tres años. Para Pablito el pueblo significaba unas casas que se veían a lo lejos, en la ladera de un monte, sobre el que había un castillo, y una torre que le habían dicho que era una iglesia – ignoraba lo que significaba esa palabra –  desde donde se oían tocar unas campanas, toques que, aunque sus padres distinguían, a él siempre le sonaban igual. 

Viviendo en el caserío, su vida diaria se reducía a jugar en el prado y los jardines en verano, y pasar el día en el cuarto de la estufa en los helados días de invierno. El invierno era duro, frío y con mucha nieve.

Había días en invierno en que deseaba que llegara la tarde, en que llegaba su padre, para poder salir con él a ver los animales, la nevada y hacer bolas con la nieve, para montar sus muñecos, disfrazados  de payasos, con los que poder jugar al día siguiente.

Un día se levantó de la cama y salió a la calle, y se quedó asombrado cuando encontró que su puerta ¡estaba totalmente tapiada de nieve! Era más alta que él la nevada. ¿Cómo habrán podido salir hoy mi padre y mis hermanos? Porque sus hermanos sí iban a la escuela. No sabe cómo subirían hasta el pueblo, porque entonces no había coches.

Cuando llegaba su padre después del trabajo, era su hora de fijarse en las faenas que acarreaban el cuidado de los animales, los caballos, las vacas, gallinas, etc. Se entretenía mirando cómo su padre le ponía haces de hierba a las vacas y los caballos, como les picaba en unas espuertas trozos de remolacha y de otros vegetales que él no conoce todavía, para ponerlo en el pesebre de los animales más jóvenes. Les prepara la cebada para las gallinas y recoge los huevos, y les machaca un caldero de patatas, que durante el día ha cocido su madre, para que se lo coman los cerdos que cuidan en sus cuadras.

Estas son sus actividades normales en un día de invierno, hasta que llega la noche, después de ver cómo su padre cuida a sus animales. Una vez anochecido, todos en casa, ya han llegado sus hermanos del colegio, y después de cenar, solo queda escuchar a las personas mayores hablar de sus cosas. Cosas que casi nunca entiende de que van. Trabajos, deberes, pagos, más trabajos. Hasta que poco a poco, y escuchando cómo alguno de sus hermanos le cuenta un cuento, a Pablito se le van cerrando las entendederas y pierde el hilo del cuento, y se queda dormido encima de su padre o de su madre.

Un año, al levantarse el día de Reyes, salió a la calle y vio las huellas que habían dejado los caballos de los reyes magos en la nieve hasta debajo de su ventana, donde le habían dejado unos caramelos y un camioncito de madera. ¡Qué grande fue aquello de los camellos de los reyes!

En verano era distinto. Se pasaba el día en la calle, en el campo, en el prado, en la huerta  con su madre. También se bañaba en una piscina, aunque nunca fue un buen nadador. Venía gente de fuera, de los dueños de aquellas tierras, y se hacían grandes fiestas, con canciones, teatro aficionado, bailes, y se contaban historias después de cenar, en los jardines, que casi todas las noches le obligaban a Pablito a irse a la cama temblando de miedo por esas cosas que contaban de fantasmas y de gente mala.   

Por la mañana se dedicaba a coger lagartijas y hormigas y arañas, y cualquier bicho que encontrara por los jardines. Las guardaba en cajitas para después poder ensañárselas a un nuevo amigo que se había echado. Era un niño mayor que él, que vivía en un caserío cercano. Se llamaba Pepe y era muy entendido en bichos y en frutas.

Un día, mientras busca una lagartija, que se había escondido por los agujeros de una pared de la huerta, encuentra asombrado que aparece ante sus ojos una "lagartija" enorme, de color verde, muy larga… Pablito de asusta y empieza a llorar gritando hasta que acude su madre. Es una culebra enorme, que asusta también a su madre. 

Ese día nació un ídolo para Pablito. No sabe cómo su madre avisó a un primo suyo que trabaja por allí, en el campo, y este acudió con una escopeta, según decían ellos que se llamaba aquel artefacto. Le hicieron retirarse  de allí y tras una fuerte explosión, y un olor a petardo quemado, aquí estaba la enorme lagartija estirada en el suelo, muy larga, con la cabeza destrozada. Y aquello lo había hecho su primo con aquel tubo que sonaba como un trueno y mataba a los bichos malos. Su primo era un gran héroe.

Un día, aprovechando que su madre estaba atendiendo a los animales que cuidaba en los corrales, subió a unos pajares que había en la parte trasera de la casa. Le tenían dicho que allí no podía ir solo porque era peligroso entrar a estos sitios. Pablito entró con mucho cuidado, fijándose en todo lo que veía. El no conocía los pajares y menos lo que pudiera haber dentro. Pensaba que podría haber grandes bichos, porque oía ronroneos y ruidos, que luego vio que los hacían las palomas que vivían dentro.

Mirando entre los escondites que había en el pajar, de pronto se encontró con la sorpresa de un nuevo ocupante. Sobre  la paja se encontraba descansando un hombre mayor, con barba, una gorra sobre la cara, y vestido con pantalón de pana oscura y un chaquetón.

-         Soy Pablito y tú ¿cómo te llamas?

-         Yo soy Nadie y no debes decir nunca que me has visto ni que has hablado conmigo.

Estuvo hablando un rato con él, y le contó muchas cosas que hacía cuando estaba en el monte. Solo acudía allí para descansar, porque en el monte no podía  dormir.

Esa noche, cuando estaban todos hablando después de cenar, alrededor de la lumbre, Pablito le pregunta a su padre qué era un maquis y por qué la gente  del monte no puede dormir tranquilo allí.

Su padre lo castigó y discutió con su madre sobre los sitios donde iba el niño solo. No quiso contestarle a ninguna de sus preguntas y además le prohibió muy seriamente acercarse jamás a los pajares.

Pablito no sabría hasta muchos años después lo que significaba aquel hombre que le había contado historias raras de bandoleros y que le había regalado una insignia que le había prohibido enseñar a nadie hasta que tuviera dieciocho años. Esa historia la conocería bien varios años después, y significaría una gran revelación de acontecimientos sucedidos hace unos años en España.

Pasado el verano después de cumplir los tres años, Pablito se dio cuenta de que su padre no seguía el mismo quehacer diario de todos los días. No iba a su trabajo todos los días a las mismas horas, otras veces se acostaba antes de que se reunieran a cenar e incluso muchas noches debían ser sus hermanos los que prepararan la comida para los animales, las vacas, los caballos, los cerdos, gallinas, etc.

Aunque él preguntaba, nadie le daba respuestas que él pudiera entender. Y un día, sin saber cómo, su padre no acudió a cenar, su madre se había marchado de viaje, sus hermanos no querían contarle nada y su tía Julia se había venido del pueblo a vivir con ellos durante unos días.

A Pablito le invadió un temor a lo desconocido, no sabía nada, pero poco a poco fue volviéndose introvertido, callado, triste

Avanzando la primavera, una mañana mientras jugaba en el jardín, al lado de la fuente, con su perro Puski, éste empezó a mirar fijamente al camino de llegada al caserío, levantando las orejas. De pronto dio un salto  y salió corriendo por el camino y ladrando de forma que parecía que fuera a ocurrir algo inesperado.

Efectivamente, inesperado sí lo era. Pablito vio a lo lejos a su madre tirando del ramal de una burra y a su padre subido en la misma, sujetando una maleta.

Corrió hacia ellos, llorando de alegría, y ya no se sabía quién saltaba más, si Pablito o Puski. Le trajeron caramelos, le dijeron que habían estado en Madrid y que su padre había estado muy enfermo.

Como su padre ya no podía ir a trabajar al campo, se marcharon a vivir al pueblo. Para Pablito aquello era una aventura. No conocía a nadie del pueblo, no tenía amigos  y ya no podía vivir en el campo, ni jugar con su perro, ni coger animalitos, lagartijas, arañas ni… No podía hacer nada de lo que a él le gustaba.

Para  colmo lo mandaron a la escuela. Allí conoció a muchos niños que nunca antes había visto. Empezó a jugar a cosas entre varios niños, juegos desconocidos para él, se hizo amigo de varios niños, y comenzaron las peleas, algo que nunca antes él había practicado.

Un día empezó a toser. Cada vez su tos era más fuerte y más dolorosa. Hasta que el médico dijo que aquello era peligroso y había que llevarlo al hospital en la capital de la provincia.

Era la primera vez que montaba en un coche y que viajaba a la capital. Aquello era una verdadera aventura para él. Todo nuevo, todo grande, todo desconocido. Esperaba ver en cualquier momento a aquellos personajes de los que alguna vez le habían hablado.

Vio un enorme hospital, donde había muchos médicos, enfermeras, y muchos enfermos. Vio una enfermera con una enorme aguja que le quería pinchar y que le prometió que no le haría daño. Notó un pinchazo en la espalda… y Pablito perdió el sentimiento de estar vivo, de estar entre nosotros.

Los médicos corrieron, los enfermeros se lo llevaron a urgencias y su madre deshecha en llantos vio cómo su hijo se le había ido de las manos. Tuvo la sensación de que la historia de Pablito había terminado. Solo le quedaba esperar en un milagro que pudiera empezarla de nuevo. A esa esperanza  se aferró.

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todo lo que cuentas resulta tan familiar que podría identificarse cualquier persona.

Me ha encantado, fascinado y motivado para esperar ansiosa la segunda parte, y leer como el pobre Pablito se recupera de su enfermedad.

Me gustaría saber pq utilizas al principio del relato un tiempo verbal y al final otro. Ya sabes que los q somos de letras tendemos a analizar morfosintácticamente todos los artículos. Muy curioso!!

Sigue así, que aunque a tí te fascina la tª de la relatividad , como ya hemos comentado en alguna otra ocasión, se te dan fenomenal las letras.

Besos M.Carmen Provencio