CAZANDO CON GONCETERAS
Ángel Pulla Dijort/Málaga
En el otoño, y también en la primavera, al salir de la escuela por la tarde…
Porque en aquellos años de los que os hablo, hacia la mitad de los años 50, había escuela por la tarde. Salíamos a la una de mediodía a comer y volvíamos a las tres de la tarde a la escuela, hasta las cinco o las seis, dependiendo de si eras aplicado o no. O eras ordenado en clase o si eras un revoltoso. Todo esto acarreaba, aparte de la reprimenda correspondiente, el alargamiento de la jornada escolar.
Y la verdad es que no se conocían casos de estrés escolar, al menos entre los alumnos. Yo al menos no conocí ninguno. Digamos que esa situación se empezaba a señalar unos años más tarde. Cuando tenías que demostrar tu valía, y había calificaciones, y repeticiones de curso… entonces ya sí se manifestaba el estrés, pero no por ir a la escuela en horario partido, ni por asistir una hora más a clase, etc…
Bueno, decíamos ayer… Que al salir de la escuela por la tarde, lo normal es que acudiéramos corriendo a casa, pidiendo la merienda.
En aquellos tiempos no había el surtido de chucherías que hubo después. Había lo de casa, bocadillos de algo, pan con agua y azúcar, pan con miel, y algunos, no todos, entre ellos no yo, pan con chocolate.
Los que vivieron en aquellos tiempos, recordarán el chocolate "Inca", con unas onzas grandes y gordas…, por cierto, recordareis que parecía hecho con tierra, de lo áspero que estaba…
En casa no daba para esas cosas de chocolate y demás zarandajas. Solo había para lo indispensable, lo demás era prescindible. Yo veía muchas tardes a mi amigo Pepe, merendando su pan con chocolate. Y además, se regodeaba, redondeaba la onza recomiéndola poco a poco por alrededores hasta que la dejaba redonda… y a mí se me iban los ojos detrás de la onza que ahora era redonda…
Una vez que cogías la merienda, si no tenías trabajos en la casa, como ayudar a asunto caseros, ni tenías que preparar algún deber extra, por entonces no era lo normal, solo si D. Venancio había tenido un mal día y lo había pagado con trabajos extras. Si no había nada de eso… a la calle, a jugar…
Y entonces, en ese tiempo de otoño y primavera, por la tarde, es cuando se veían las habilidades de cada cual en los juegos inventados.
Había uno de especial habilidad y al que casi nunca llegué a dominar: cazar goncetes con goncetera.
Esto, mis amigos del pueblo, los de mi época, sí saben lo que es, los demás lo dudo…
Goncetes les llamábamos a unos pájaros, creo que son los gorriones, que acudían en bandadas, sobrevolando por encima del pueblo, de las zonas por donde jugábamos los niños, sobre la plaza…
Entonces los más mayores, yo los veía enormes, preparaban sus trampas para cazarlos, hacían sus gonceteras.
El elemento es simple. Fácil de fabricar y de muy bajo coste. Un papel, unas tijeras y una piedra.
Se dobla el papel, de recorta con las tijeras de forma que en el centro del mismo quede un hueco, por donde quepa, muy ajustado, el cuerpo de un pájaro.
Una vez terminada la goncetera, que es el resultado de este recorte en el centro del papel, se lía a una piedra manejable para la mano y la fuerza de un chico de unos seis a doce años, y… ¡a cazar!
Aquí venía el saber hacer de cada individuo. Porque hay que saber dónde y cómo se tira la piedra con la goncetera. Debe tirarse hacia arriba, hacia donde revolotean los pájaros, cuidando de no herir a ningún otro "cazador".
En esto había verdaderos expertos, y otros que dábamos pena… Ni siquiera teníamos fuerza para aproximarnos a la zona de los pájaros… Y lo de las pedradas al resto de la tropa…
No he sido buen cazador… Ni con escopeta, porque no he ido nunca, ni con goncetera, aunque sí lo he intentado, pero no era mi fuerte.
También lo he intentado con goma, pero no es igual. Eso de ver cómo lanzas la goncetera…, se deslía en el aire…, y de pronto ¡un goncete! Ver cómo se cuela un goncete por la trampa y cae al suelo, vivo y atrapado por la trampa que tú le has preparado… Aunque después se volvía a soltar, pero eso es lo de menos. Lo importante es haber podido a cazar con goncetera… ¡eso es lo más de lo más!
Noviembre de 2008
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