sábado, 29 de mayo de 2010

VOLVER Y REGRESAR

Mayte Tudea.

25- mayo- 2010

                                                                                 

Nunca me ha gustado pensar que el lugar en el que nacemos nos hace diferentes, pero he de reconocer que algo nos marca.

 

Yo regreso con cierta frecuencia a mi tierra de origen –me une a ella el cordón umbilical de una parte de mi familia, que vive allí- y con la que mantengo lazos de afecto profundo, de complicidad; me ata a los míos el importante eslabón que supone el que circule por nuestras arterias la misma sangre –mi abuela decía "que ésta era mucho más espesa que el agua"-, y la coincidencia de haber recibido una educación similar, y compartido las vivencias de la niñez, la adolescencia y la primera juventud.

 

Esas experiencias, yo entiendo que son las vigas maestras sobre las que se asienta el edificio de nuestra personalidad adulta.

 

Aunque mi amigo Ángel sostiene que "los de Bilbao nacemos donde nos da la gana", yo, precisamente, he nacido allí y sin tan siquiera proponérmelo.

 

Y siempre que vuelvo se produce en mí un efecto extraño; algo parecido a un leve movimiento sísmico, en el que los recuerdos me oprimen el estómago, y la nostalgia me enlaza con un abrazo preñado de melancolía.

 

En cada rincón o paisaje que contemplo percibo que se ha quedado una parte de mí a la que he traicionado, abandonándola a su suerte. Y todos los recuerdos que evoco –la mayor parte de ellos, felices- me provocan un sabor agridulce, a cosa perdida e irrecuperable.

 

Me sobrepongo pronto. Mi querida sobrina-nieta Adriana, una niña especial, intuitiva, con una madurez increíble para sus once años, me recoloca en mi sitio cuando dice: "Tía una de las cosas que más me agradan de ti es ver cómo te gusta la  vida, y cómo la disfrutas".

 

Y tiene razón. Durante estos días me he maravillado ante el paisaje, me he sorprendido frente a un Cantábrico sereno y quieto como un lago, me he "emborrachado" de verdes, he admirado una ciudad limpia, recuperada en sus monumentos tradicionales y "rompedora" e innovadora en su arquitectura reciente, he disfrutado las delicias de una excelente gastronomía y he podido abrazar a las personas que quiero, y todas estas cosas decirlas de viva voz, porque a veces me resulta imprescindible hacerlo.

 

Y el acontecimiento familiar importante –una boda-, que me ha llevado hasta allí, se ha desarrollado a la perfección y todos esperamos que así continúe.

 

Y con cierta tristeza al fin, he abandonado los "verdes" y he regresado a los "azules". A esa Málaga luminosa y alegre, no tan limpia ni tan cuidada, pero llena de un algo especial, de un duende, de un hechizo que se respira en el aire y por el que me siento atrapada.

 

Y me acogen mis hijos, mis nietos, mis amigos, mis compañeros, y me dicen de forma explícita o sobreentendida. "Te hemos echado de menos. Bienvenida".

 

Y todo vuelve a estar bien. Y "tó er mundo e güeno".

 

2 comentarios:

Polzic dijo...

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Muchas gracias!

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Angel dijo...

Siempre se siente algo al volver a tus raices.
Teniendo encuenta dónde y cuando has vivido, puede ser un sentimiento distinto.
Los que somos de "santamaria detodoelmundo", a fuerza de vivir en otros sitios, de sentar a tu familia en otros lugares, ese agarrón al terruño lo has perdido.
Así es la vida, Ñora.

Besos. Angel