miércoles, 4 de mayo de 2011

EL DUDOSO ATRACTIVO DE LA INVALIDEZ

Mayte Tudea Busto.

1-Mayo-2011

 

 

 

 

"Lo prometido es deuda", dice el refrán. Yo había prometido a mi amigo Ángel un artículo para que lo publicara en su blog este fin de semana. Tenía casi terminado uno, muy filosófico por cierto –Tomás está ejerciendo una enorme influencia en todos nosotros-, al que había titulado  "¿Ser o tener? Este es el problema". Pero me he metido en unas profundidades casi abisales, de las que honestamente, no me atrevo a salir hasta que no me procure una buena botella de oxígeno, ¿o debería ser al revés? Es lo que ocurre por meterse en Honduras, "que terminan por asesinar al Presidente". Ángel conoce perfectamente la clave de lo que acabo de escribir.

 

En fin, aparcado el primer intento hasta que consiga darle un fin airoso, me pongo delante de la "cuartilla virtual" para hilvanar algo que le sea útil a mi amigo, y sin ninguna idea preconcebida he recordado las experiencias de los últimos días en el autobús y voy a intentar relatarlas.

 

En estos momentos no puedo conducir, determinadas distancias se me hacen larguísimas para caminar con muletas, y hace poco más de una semana decidí arriesgarme a tomar el autobús con todas las precauciones debidas para poder llegar hasta la sede de la Asociación, o hasta algún otro lugar que me resulta necesario.

 

A pesar de su incomodidad en horas punta, me encanta viajar en autobús porque es una especie de plataforma o mirador desde el que observar la "fauna humana" con impunidad, escuchar las conversaciones que se entretejen en los trayectos, tanto las directas como las realizadas a través del teléfono móvil, y con todo ello ampliar y sorprenderme -todavía-, de la compleja simplicidad de mis congéneres. Jamás hubiera pensado que terminara convirtiéndome en una "voyeur auditiva" ¿servirá este término?, pero para escribir es imprescindible observar y además yo lo hago a "cara descubierta" y sin que el contemplado tenga ningún recato en mostrarse.

 

Cuando uno se incorpora en una parada intermedia, hay personas que te miran con discreción o con descaro, que reparan en cómo vas vestida, y a veces captas miradas curiosas o inquisidoras y sabes que si pudieran, te harían determinadas preguntas que saciaran esa curiosidad que adivinas en sus ojos. Pero todo queda ahí. Hay algunas barreras que la educación no permite saltar y todavía se respetan.

 

Ahora bien, si te metes en el autobús sujetándote en dos muletas, todas las barreras a las que me he referido quedan destruidas. Tras el protector "tenga cuidadito" y "siéntese aquí", muy de agradecer, comienza una batería implacable de preguntas "¿Qué le ha pasado? y ¿Cómo? y ¿Dónde? Pero curiosamente, el afán de saber sólo es la excusa para a continuación contarte lo que le ocurrió a él, a su madre, a su hermana, a su primo, al vecino de enfrente, y si me apuran, a un señor que pasaba por allí.

 

La última experiencia fue la del viernes por la tarde. Se sentó un señor a mi lado –en el asiento de los minusválidos-, e inmediatamente de reparar en las muletas inició el interrogatorio. Cuando hubo terminado, comenzó a relatarme todos los accidentes que él había sufrido. Se subió la pernera del pantalón para que pudiera apreciar las huellas de una fractura abierta de tibia y peroné, continuó con los cuatro dedos que le faltaban de una mano, amén de una caída sufrida desde el cuarto piso de una obra en la que trabajaba, etcétera, etcétera, etcétera... Menos mal que de la operación de apendicitis aguda no me mostró la cicatriz... Y todo esto en el trayecto que separa la calle Ayala de la parada de la Alameda. ¿Se imaginan si la línea hubiera sido la del número 11 y nuestro destino fuera El Palo?

1 comentario:

Angel dijo...

Hay ocasiones en que puedes escribir un buen artículo - hasta una novela - con las conversaciones que oyes, en directo y por teléfono, desde la Alameda hasta Playa Virginia.