sábado, 27 de marzo de 2010

NO ME MUEVE MI DIOS PARA QUERERTE…

Ángel Pulla Dijort/Málaga

 

Jamás he utilizado con mis hijas el castigo corporal, el azote, la torta. Nunca lo he utilizado para conseguir nada. Mucho menos para conseguir que me temieran.

 

Que yo recuerde, jamás he utilizado con ellas la promesa del premio final, si conseguían algo, a lo que por otra parte estaban obligadas. Estudios, trabajos, etc, para que me quisieran.

 

Siempre intenté convencerlas de que cada uno tenemos unas obligaciones, dependiendo de nuestra situación y circunstancias, con la que debemos cumplir y que por ello no debemos esperar premio especial. Yo debo acudir a mi trabajo, y procurar que mi empresa funcione perfectamente, y para ello percibo un salario. Vosotras debéis acudir al colegio, estudiar y aprovechar para educaros, y si así lo hacéis, obtendréis buenas calificaciones y sobre todo, obtendréis una formación que os será imprescindible en vuestra  vida. Ese es el premio.

 

Nunca me ha gustado hacer promesas de premios a nadie si cumple con su obligación. No creo que por eso fuera más o menos querido en mi trabajo. Pero tampoco he abusado del palo, castigo, o amenazas para conseguir que se me respetara (no se me temiera).

 

Y no por eso se me ha querido o respetado  en mayor o menor medida. Ha habido como en todo, supongo, reparto de opiniones.

 

Por supuesto que yo no quiero más a Pepa porque me ofrezca noches locas de amor, que también, o porque me prometa banquetes de manjares exquisitos (por aquello de que al marido se le conquista por el estómago), que también.

 

Porque los arroces de la Pepa son inigualables, que conste. Solamente he conocido a una persona que preparaba un arroz mejor que ella. Era su madre, la abuela Lola. Su arroz con conejo no tenía parangón. Una delicia. Repito, yo no quiero más a la Pepa por eso. No tiene que prometerme nada de esto para que yo la quiera.

 

No soy consciente de que a nadie haya querido más o menos por sus promesas de premio, ni que a nadie haya temido por sus castigos prometidos… Aquí quizás sí tengo mis dudas. Creo que respecto a los castigos prometidos sí es cierto esa parte del poema anónimo, atribuido a Santa Teresa, a San Juan de la Cruz…

 

Sí recuerdo mis años en el internado de los curas, con sus ejercicios espirituales y esos "sermonazos" de padre espiritual, donde ya te veías penando en las calderas del infierno, sin ninguna posibilidad de redención… Eso era el temor de dios. Que dios los perdone…

 

También había alguno exageradamente partidario de "la letra con sangre entra", y que lo llevaba a rajatabla.

 

Y no por eso eran más queridos, ni más temidos. En todo caso, sí eran más odiados… No merece la pena…

 

Los que os habéis dedicado a la enseñanza, ¿creéis que merece la pena infundir temor en el alumno, con el consiguiente odio que conlleva? Se os debe querer y respetar, independientemente de las promesas o miedos que alguien pueda intentar utilizar para conseguirlos…

 

 

No me mueve, mi dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, señor, muéveme el verte

clavado en esa cruz y escarnecido…

 

 

La verdad es que nunca he tenido un sentimiento especial por las promesas recibidas o adjudicadas a dios, ni por esos castigos tan infrahumanos, predicados por sus emisarios en la tierra. De cualquier forma, si yo tuviera que elegir entre las formas en que yo quisiera ver o recordar la figura de dios, nunca elegiría esta en la que lo intenta representar o recordar el poeta. Yo lo haría, como dice la "Saeta" de Don Antonio Machado, cantada por Serrat

 

no puedo cantar ni quiero

a ese Jesús del madero

sino al que anduvo en la mar…

 

creo que ese Jesús, el que anduvo en la mar, es al que realmente se puede querer, seguir o dejar pasar, pero no temer, que es la peor opción elegida por algunos de sus seguidores…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy contigo. Desde muy niña, siempre reaccioné positivamente ante la convicción y nunca ante la imposición. Mi padre era un maestro en lo de convencer, razonar, estimular. Y conseguía que diera lo mejor de mí. Y mi madre, sin embargo, a la que quiero y añoro, intentaba que obedeciera con tirones de trenzas, y automáticamente me convertía en "una rebelde sin causa". Lo que se teme, nunca se ama. Mayte

Tomás Morales dijo...

Y ya veo a Pepa, a Arantxa y a Gemma haciéndole caricias al buenazo de su marido y padre ¿o no?.
Éste es mi Angelito, un maridazo y un padrazo, como debe ser.
Los que lo conocemos sabemos que es verdad y que es así.
Pero recuerda: tus hijas, el día que más estimarán, sobre todo a su madre, es el día que ellas sean madres y sean conscientes de que por lo que ellas están pasando sus padres ya pasaron, y más, pero no se habían dado cuenta hasta ahora.
Cuando somos abuelos es cuando, realmente, se nos estima más como padres, porque sólo entonces se hará presente lo que es la paternidad.

Un abrazo, de un amigo.