domingo, 15 de febrero de 2009

CUANDO ERES UN MILITAR ACCIDENTAL…

Ángel Pulla Dijort/Málaga

 

 

Aunque aquello de "hacer la mili" era una milonga, nos ha proporcionado una oportunidad, de la que  los chicos de ahora no han ¿disfrutado?

 

Hemos trabajado de militares durante unos meses.

 

"¡¡¡Aaróoo…, Eiissss…!!!" Eso, dicho así, con toda la capacidad pulmonar y gutural de un energúmeno, que lo más parecido a un ser racional que tiene es que habla (o ladra), que anda a dos patas, y que al parecer, el resto del cuerpo lo tiene igual que cualquier otro hombre…

 

Esa es su forma de presentar y refrendar su virilidad. Le entregan durante un par de horas al día a un centenar de "reclutones", como él los llama, y se venga de sus incompetencias con esta gente.

 

Bueno, lo de la virilidad intentaban demostrarlo a cualquier hora  - especialmente por la noche en los dormitorios -, por métodos y demostraciones que no merece la pena comentar entre gente normal, como nosotros… 

 

Yo recuerdo a un cabo primero, cuyo mejor cartel de presentación cuando le tocaba "semana" eran sus saludos: "Ya tenéis aquí al hijo puta de Martín, no os queda ná que aguantar esta semana".

 

Imaginaos lo que era capaz de desarrollar semejante "mando de tropa". Pero a cada "cerdo" le llega su San Martín y poco antes de licenciarme, acudió a mí (y a otro compañero), llorando, así como lo digo, llorando a lágrima viva, para que viéramos la forma de poder ayudarle, porque si no superaba las pruebas, tenía que marcharse del ejército "y yo no sé hacer nada fuera de aquí…"

 

La prestación del servicio militar, visto desde cualquier punto que lo miraras, llegaba en el momento más inoportuno.

 

A unos les partían el trabajo cuando estaban empezando. A otros les cogía recién casados. A otros les llegaba en medio de los estudios.

 

En este caso, tenías varias opciones. Podías pedir prórroga.

 

Naturalmente, y después ibas a la mili con unos años más, y parecías el padre del resto de la tropa… y a veces sin haber podido terminar los estudios.

 

Podías hacer las milicias universitarias, con lo que en lugar de estar un año en el ejército, estabas tres.

O te presentabas por tu "quinta", intentando beneficiarte de las pequeñas  oportunidades que se te podían brindar.

 

Yo me acogí a esta última modalidad.

 

Recuerdo que unos cuantos de nosotros, aprovechamos los primeros meses para enseñar a leer y escribir a los analfabetos, desgraciadamente abundantes, que había en nuestras compañías.

 

Fue una experiencia gratificante. Muy agradable. Nunca olvidaré cuando a los tres meses, un soldado de Adra lloraba de alegría cuando venía a darme las gracias, porque "gracias a ti, puedo leer las cartas de mi mujer". ¡Que grande te sientes entonces…!     

 

Si te entretienes un rato en pensar qué has aprendido o qué has sacado de provecho, qué acción (aparte las personales, como enseñar a leer…), qué trabajo rentable… Si piensas de qué te ha servido a ti o la "madre patria" el año que has estado en el ejército…, yo no soy capaz de encontrar ahora mismo nada, absolutamente nada, que pueda presentar en mi currículo como aval de mi preparación o como mérito de mi trabajo… nada.

 

Y algunos de nosotros, que trabajamos en las oficinas de Mando, Mayoría, Jefatura de Instrucción, etc. etc., sabíamos que todos los días a las nueve de la mañana teníamos que estar en la oficina para preparar todo el  papeleo que lleva consigo el funcionamiento de un cuartel… Pero había "destinos", como allí se les llamaba que lo único que podían decirte cuando hablabas con ellos de su trabajo es que "ellos se escaqueaban todo el día…" Todo el día escaqueado, sin hacer nada, durante un año entero…   

 

Nunca, en mi vida había leído una novela de Marcial Lafuente. No sabía quien era, ni a qué género  literario se dedicaba. Cuando salí del ejército – menos mal que solo estuve doce meses – había leído "titantas novelas del oeste, donde todos mataban, todos morían, yo me sabía de entrada todas las tramas, trampas, duelos, frases célebres…, me sabía todo… de las novelas de D. Marcial. ¡Qué gran provecho saqué de esos doce meses!

 

 

Y nos decían en el cuartel "aquí habéis venido a que os hagamos hombres"… Mira, una pena que entonces no conociera yo el estribillo de mi amigo Tomás "Nos nacen hombres, nos hacen humanos, nos hacemos personas" ¡Lástima! ¡lo que se hubiera podido hacer…!

 

 

Noviembre de 2008

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo hice las milicias y te puedo asegurar que perdí casi tres años. Ganar... ¡nada! En la mili no ganaba ni el ejército. No era posible formar soldados de quien iba sin ganas de aprender nada. Celebro su desaparición