EL SILENCIO ES ORO
Mayte Tudea.
22-Diciembre-2009
Cuando he terminado de leer las reflexiones de nuestro amigo Ángel -"De lo ignorado... mejor no hablar"-, he intentado contestarle en el apartado de "comentarios", pero el espacio para hacerlo se me ha quedado corto y opto por hilvanar la respuesta en otro más amplio -sin duda, el mismo blog-.
A mí sí me gusta hablar. Lo reconozco. Pero también escuchar. Y entre lo que yo expreso, y lo que me responden, se completa la acción de conversar. Nada de monólogos, tan sólo el diálogo, un diálogo vivo y a veces muy interesante, que me termina enriqueciendo y del que sin lugar a dudas, aprendo.
Ahora bien, reconozco que hay personas que únicamente "hablan por hablar", y emiten juicios peregrinos sin que estén basados en algo sólido, como no sea el de su calenturienta imaginación.
Y para confirmarlo, un ejemplo: Centro de Salud de Huelin.
Una del mediodía. Tres personas esperando a que les llegue su turno para entrar en la consulta. Llega una cuarta y pregunta: "¿Qué hora tiene el que está dentro?" Responde una señora: "Es el de las doce y media, pero como Don Salvador está de vacaciones y la sustituta no tiene ni idea de lo que se trae entre manos, llevamos el retraso que llevamos".
Yo había escuchado sin mover un músculo facial, todos los comentarios que había llevado a cabo esta persona durante el tiempo de mi espera. Mezclando de forma arbitraria a Zapatero, a Obama, la sanidad pública, el precio de los carabineros, la lluvia, unos roscos de vino que había comprado –que no eran de vino sino de anís- (aquí estribaba el engaño), en un "totum revolutum" aderezado con una "mala uva" evidente y un deseo de descargar su frustración en quien fuera y al precio que fuera.
Sin que nadie le preguntara y apenas le contestara, tuvimos que soportar una larga diatriba llena de incoherencias, encadenando unas cosas con otras de forma insolente y haciéndonos partícipe en voz alta de sus opiniones –miopes por cierto-, que por supuesto nadie había pedido.
Y yo, callada. Pero cuando nombró a la doctora de forma tan despectiva, le pregunté secamente: "¿Usted la conoce, ella la ha tratado en otras ocasiones?"
"No –me contestó sorprendida- pero ya se sabe que los sustitutos..."
No la dejé terminar. "Mire señora (¡que educada soy!) ayer vine a consultar a la doctora sobre un tema que me afecta, un accidente, y me atendió con mucha amabilidad. Se entretuvo en explicarme la imagen de unas radiografías -que yo por supuesto no sabía descifrar-, y lo hizo demostrándome unos conocimientos y un sentido común que han motivado que hoy vuelva de nuevo para pedirle consejo. Si el médico nos dedica muy poco tiempo, nos quejamos, y si no es así, también".
Rezongó por lo bajo y se hizo el silencio. El resto de los presentes me dirigieron miradas aprobatorias, pero nadie habló.
El silencio denso, estaba preñado de palabras que no tomaron forma. Pero comparándolo a la incontinencia verbal con que nos había obsequiado unos minutos antes comprendí, que, a veces, ¡el silencio es oro!