lunes, 21 de diciembre de 2009

DE LO IGNORADO…, MEJOR NO HABLAR.

Ángel Pulla Dijort/Málaga

 

 

Suelo ser un gran escuchador. Mis amigos suelen decirme, de vez en cuando, que dé mi opinión sobre lo que se está hablando. Ellos saben que no hay nada que me guste más que escuchar.

 

El que no está acostumbrado a prestar atención a lo que se habla, no sabrá apreciar el placer de escuchar al que habla. Sobre todo si el que lo hace es persona entendida, bien preparada y buen orador.

 

Además, hay ocasiones en que es lo mejor que podemos hacer. No hay alternativa.

 

Hoy voy en el autobús. Antes no lo tomaba nunca. Hasta hace siete años, nunca había viajado en autobús en Málaga. Ahora lo hago muy a menudo. Como digo, hoy viajaba en el 11 desde la Alameda Principal en dirección a El Palo.

 

Suelo aprovechar el tiempo del viaje en autobús para leer alguna "cosilla". La "cosilla" puede ser un libro de Marina, una revista de "Amaduma", un libro de Málaga que me regaló el Perchelero, o cualquier otra "fruslería".

 

Hoy he aprovechado para repasar los apuntes de clase de Ciencias. Pero… ¡no había forma de centrarse…!

 

Mi  vecina de asiento, una señora de mi edad, más o menos; la señora del asiento delantero, y un señor apoyado en una muleta (pero de pié, en medio del autobús), han comenzado, o seguido porque no me he enterado del comienzo de la conversación, hablando a estilo malagueño. Es decir, a voces.

 

Y definitivamente, me he decidido a enterarme del tema, porque las Ciencias no me centraban…

 

Sinopsis del "cuadro":

 

Una de ellas dice que no hay derecho a que la Sevillana le pase dos recibos seguidos de luz de 120 euros cada uno. Va a protestar y le dicen que los últimos ocho meses le han cobrado el mínimo, porque no han podido hacer la lectura del contador. "¡Esto es un robo!"

 

Otra se queja de que a ella le han hecho lo mismo con el agua. Ella la volvió a conectar fuera a otra toma…

 

El de la muleta, remató con la comparación del bandolero "José María" en Sierra Morena, con los atracadores del bolígrafo en los despachos…

 

Otra espontánea salió con que el IBI antes era uno y ahora nos cobran dos veces… ¡No hay derecho!

 

Y así hasta el infinito… ¡y más allá!

 

Supongo que podéis imaginar la cantidad de inexactitudes que allí se han comentado. ¡Qué oportuna hubiera sido un poco de  "moderación  oral" en los intervinientes!

 

No hubo forma… Cada una de ellas y él, pues eran cuatro los "ponentes" hubieran servido para representar una de esas sesiones parlamentarias a las que tan a menudo nos invitan nuestros diputados. "Todo es un desastre, esto es lo peor de este siglo…" "Pero en que país viven ustedes. Solo saben mentir y sobornar…" Y todas esas lindezas que se les vienen en gana tanto a unos como a otros.

 

¿Cómo es posible que a la gente le guste tanto dar su opinión (buscada o no) sobre cualquier cosa? Hay personas que padecen "diarrea verbal", de otra forma no es posible esa irrefrenable necesidad de prestar tu opinión.

 

Opinar en nuestra tierra es lo más fácil y a mano que uno se encuentra. Yo veo, yo oigo, yo intuyo… y yo opino. Me incumba o no. Se me pida la opinión o no. Entienda o no.

 

 Yo opino y además, emito mi opinión a voz en grito y con cuantos oyentes tenga. Opino, aun sin pararme a pensar que mi opinión puede ser una imbecilidad, utilizando palabras suaves.

 

Cuántas veces hemos sufrido una gran decepción al escuchar a una persona emitir su opinión (NO SOLICITADA) sobre algo, y descubrir la escasa valía de los pensamientos de esta persona. Su nula profundidad, la vacuidad de sus argumentos. Sus bases, sus fundamentos…

 

Y al revés, escuchas o lees a alguien, a quien anteriormente no valorabas y de pronto ves que esconde unos conocimientos, unas ideas y unos razonamientos admirables, solidamente basados en la razón, intelectualmente impecables… y lo alzas a su lugar. Lo consideras en su justo sitio.   

 

Marzo de 2009

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