lunes, 8 de diciembre de 2008

PABLO SERRANO – ABOGADO

(Cuento popular – serrano/ 3ª parte)

Ángel Pulla Dijort/Málaga

 

En principio, exigió a todo el mundo que le llamaran Pablo. Se acabó el Pablito. El era Pablo, Pablo Serrano, o Ángel, como le llamaban los compañeros (camaradas, decían ellos). Así es que, al cabo del tiempo, casi todos los conocidos le llamaban por ese sobrenombre, Ángel.

 

Cuando llegó a la Dirección General, en Sol, comenzó el verdadero "acojonamiento".

 

Allí empezaron los interrogatorios en cadena, sin miramientos, como si cada uno de los allí detenidos, de antemano, fuera culpable de todos los males que asolan la tierra.

 

Declaró qué hacía en el despacho, por qué trabajaba allí, qué hacía. Pero en lo que más insistían continuamente es por qué a la hora de los hechos él no estaba en el despacho y se encontraba, precisamente a esa hora, en la calle.

 

Comprobó con una enorme sorpresa, que estos señores sabían de su vida mucho más de lo que él hubiera podido imaginar. Incluso de su paso por el instituto, de sus aficiones, sus gustos, sus lecturas… todo.

 

Lo peor de todo fue cuando salió a relucir su trabajo en el almacén y su relación con el Sr. Matías, convicto y confeso militante del "partido". Pablo negó su pertenencia al mismo, cualquier contacto, cargo o conocimiento de su organización… Es igual, daba la sensación de que habían "agarrado bocado" y no estaban dispuestos a soltarlo de ninguna manera.

 

Lo importante aquí era mantenerse fuerte, convencido de lo que hablas, sin contradicciones, y hasta ahora así lo estaba consiguiendo… ya veremos hasta cuando.

 

De pronto entra en escena un señor, pocos años mayor que Pablo, muy arreglado, bien vestido y que como primer saludo, le dice: "Hola, Ángel".

Pablo se queda helado cuando oye este saludo. Esto ya se ha puesto realmente serio, ahora sí se encuentra acorralado.

 

Buscando aire y un momento de tranquilidad para su angustia, desvió la mirada de la cara de este policía y dedicó unos instantes a pasar revista a toda su vestimenta. Y de pronto se le iluminó la mirada. Vio en el cierre de su  "mariconera" una insignia exactamente igual que la que le regaló, hace muchísimos años, un señor que dijo llamarse "Nadie", en el pajar de su casa cuando era un niño de tres años…

 

Sacó la suya de la cartera y la enseño al policía, diciendo que era muy extraño, no había visto ninguna igual… Todo cambió. Eso dio un vuelco a su situación. Tiempo después vería que aquel gesto cambió radicalmente su destino. Aquella insignia le salvó la vida, la carrera y su situación…

 

"Yo me hago cargo del detenido. Del interrogatorio y de su destino" Así paso Pablo a depender de un desconocido, que tenía una insignia igual que la suya.

 

Lo llevó a su despacho, rehicieron la declaración donde quedaba claro que Pablo era totalmente ajeno a cualquier operación comunista o terrorista que se le imputaba, y una vez firmada, se le entregó copia para su "utilización cuando conviniera".

 

Le entregó una tarjeta y le advirtió que acudiera a él siempre que tuviera algún problema de orden policial. Y que no fuera enseñando la insignia a cualquiera. Un abrazo y adiós.

 

Salió y dudó si acudir a su trabajo, o no acercarse jamás por el despacho. Optó por acudir, puesto que él figuraba como personal del despacho y nadie le había comunicado su baja.

 

Llegado al despacho encontró al resto del personal – abogados, pasantes, administrativos, etc. – y las nuevas incorporaciones. Besos, saludos, y preguntas… Pablo dijo que le habían tratado bien, le habían interrogado y al no encontrar nada raro en su declaración le habían dejado ir.

 

Entonces se enteró de lo que había ocurrido el día del atentado. Habían muerto tres de los abogados y dos clientes, que se encontraban en el despacho en aquel momento. Al parecer todo fue obra de un comando de extrema derecha, y que todo estaba en vías de solucionarse. El debía acudir al día siguiente a la Dirección General y preguntar por el inspector Javier Zamora, antes de las 12 de la mañana.

 

Cuando llegó a ver al inspector Zamora, encontró que era el mismo señor de la insignia, que le saludó con mucha amabilidad y que le invitó a acompañarle a desayunar a la calle.

 

En la cafetería buscaron una mesa apartada y se sentaron a tomar su café con churros.

 

Nos vamos a tutear, comenzó diciendo el inspector, y antes de nada quiero decirte que en lo sucesivo, bajo ningún concepto debes tratar, ni hablar, ni dejar que nadie hable contigo, delante de Goyo Sainz, tu antiguo compañero de instituto.  Gracias a él tenemos en la Dirección un excelente informe tuyo, completo. Está matriculado en Filosofía, aunque no sigue ningún tipo de estudios, simplemente es de la Social, y desarrolla allí su trabajo.

 

Después de este anticipo, quiero que conozcas por qué yo, que debía haberte interrogado hasta que me dijeras que eres un militante del partido y cuales son tus camaradas y misiones, te estoy ayudando e invitando a desayunar.

 

Mis padres son de un pueblo muy cercano al tuyo. Mi padre ya murió hace unos años. Estuvo durante unos años trabajando en Francia, era exiliado, y por influencias de algunos de mis jefes, pude traerlo a España y trabajar en una empresa de automóviles en Barcelona.

 

Antes de morir, me contó una historia, que solo la conoce él y alguno más, pocos y que tampoco a mi me interesa que se conozca. Me habló de que aquellas personas a las que encontrara en mi vida con una insignia como la que me dio, esas personas habían contribuido a salvarle a él la vida y a ayudarle a sobrevivir. Puedes contar conmigo para todo lo que necesites, y te estoy muy agradecido.

 

Posteriormente nos hemos visto en varias ocasiones, aunque afortunadamente, nunca he vuelto a necesitar su ayuda.

 

Pablo terminó su carrera, siguió militando en el "partido" y en el año 1977 se presentó a las elecciones, siendo elegido diputado por Madrid.

 

Unos años después volvió a su pueblo y allí recogió datos y documentos sobre un señor llamado Pedro Zamora, padre del inspector Javier Zamora, su amigo.

 

Todo lo que conoció, le animó a presentar un acto de reconocimiento y desagravio a este señor, y así lo hizo. Llevó a varios diputados y otras personalidades a su pueblo natal, Beteta. Los llevó a los Baños de la Rosa, donde él había nacido y pasado sus primeros años, y se realizó el reconocimiento a unos de los mejores médicos que hubo en aquellas tierras, D. Pedro Zamora, y que debido a sus ideas se vio obligado a esconderse durante varios años por los montes de la sierra conquense, durmiendo, cuando podía, en el pajar donde un niño de tres años conoció a uno que dijo llamarse "Nadie".   

 

Pablo Serrano dejó la política y se dedicó a conciencia a la abogacía, destacando en un gran holding internacional, del que formó parte, desplazándose continuamente por Europa y EEUU para el desarrollo de su cometido.

 

En este tiempo supo, casualmente, cual hubiera sido su futuro, de no haber mediado su amigo el inspector Zamora. Hubiera sido expedientado y perdido la posibilidad de seguir su formación universitaria y condenado a treinta años de prisión, lo que habría supuesto su hundimiento personal definitivo.

 

Por supuesto, esto afianzó su amistad con el inspector y de ahí partió la idea y la posterior realización de una empresa común de importación y exportación, que con el tiempo les aportó, además de pingues beneficios, algunos quebraderos de cabeza.

 

Hasta aquí llegan mis conocimientos sobre la vida de Pablo Serrano. No sé si alguna vez, cuando nos encontremos de nuevo, quiera contarme algo más de sus vivencias.

 

No pienso presionarle para que lo haga. Quizá, en una noche de verano, sentados aquí en la terraza, y con una botella de buen vino delante… ¡ah! y un  plato de buen queso manchego curado, que también le encanta, quizá…

 

A mí me basta con conocerle, con su amistad, y saber que todavía existen personas interesantes que merecen la pena.

 

 

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