EL ASPIRANTE A PERSONA
(Cuento popular – serrano 2ª parte)
Ángel Pulla Dijort/Málaga
Pasados unos meses de la situación de extremo peligro en que se encontró Pablito, y encontrándose suficientemente repuesto, la familia decidió volver de nuevo al pueblo, con el fin de que pudiera reincorporarse poco a poco a su vida, su escuela, sus amigos y el resto de la familia.
No le resultó fácil el reencuentro, pero con la ayuda de los amigos y la admisión a la "escuela de los mayores", como allí le llamaban a la Enseñanza Primaria, se recuperaron los ánimos, y se inició la nueva vida como cualquier otro niño del pueblo.
Así pasó su primer año de escuela, aprendiendo y aprovechando, quizá más de lo esperado. En parte para compensar el tiempo perdido en su enfermedad, y también por encontrarse en situación física algo más deficiente que el resto de sus amigos, se dedicó con mayor esfuerzo a sus estudios.
Un día se marcharon sus padres a Madrid. Al cabo de un tiempo, volvió su madre, toda vestida de negro, y en su casa había mucha gente llorando. Pablito no sabía a qué obedecía esta circunstancia, pero sí entendió que algo había ocurrido que cambiaría para siempre sus vidas.
Al cabo de dos años, un día llamaron a su madre a la escuela para hablar sobre Pablito. En la reunión estaban el maestro, el cura y el alcalde del pueblo. Era una pena que Pablito perdiera la ocasión de poder estudiar, dado su excelente expediente escolar. El problema era la financiación de esos gastos. La familia no tenía medios para ello.
Terminado el curso, cuando Pablito tenía 10 años, el maestro le dijo que iban a hacer un viaje a la capital de la provincia, los dos, y que haría un examen en un centro oficial. Sería un examen de ingreso y si aprobaba, el curso siguiente verían la forma de que se marchara a estudiar a la capital.
Pablito, temeroso ante lo inesperado y asustado por lo incierto del futuro, marchó con su maestro, se examinó y aprobó el examen. Volvió al pueblo muy contento, más por haber vuelto que por haber aprobado.
A primeros de septiembre, sin esperar a las fiestas del pueblo, le dieron su maleta, su billete del autobús, sus documentos a presentar y un papel con la dirección a la que debía dirigirse cuando llegara a la capital.
Le habían buscado un colegio en régimen de internado, donde podía hacerse hasta sexto de bachiller, y que estaba regido por una orden religiosa en Madrid.
La adaptación al nuevo colegio fue bastante dura. Con diez años y siempre bien atendido en su casa, le resultaba muy difícil desenvolverse solo en el colegio. La comida…, la cama…, la puntualidad…, y sobre todo la disciplina.
Poco a poco fue haciéndose con amigos. Goyo, El Boca, Manolo… Fue aprendiendo a jugar al fútbol…, al ping pong. Aprendió a hacerse la cama, se le quitó el miedo a la ducha con agua fría…
Se convenció de que había que estudiar. Era serio aquello de estudiar. Los profesores eran duros, muy duros. No solo te ponían mala nota… además te castigaban.
El primer día recibió, como bienvenida, una torta de "platillo" por detrás de la cabeza, que le dejó un zumbido en los oídos para toda la noche. Él se la juró al profesor. Y a los tres meses se la devolvió. Lo vio corriendo por unos jardines, solo, sin testigos, y le pegó una pedrada en una ceja. Asustado al ver que la sangre le corría entre los dedos, pensó que le había saltado un ojo, y se escondió sin avisar del accidente. Pensó que nadie sabría nunca lo que allí había pasado. Al cabo de tres años se enteraría de que sí se sabía lo que pasó y quién lo hizo.
Se le dio bien el bachiller. Consiguió una beca, pero tenía la condición de que la nota media debía ser superior a 7. Era muy serio aspirante a sobresaliente en letras… no tanto en ciencias.
Lo que peor llevaba era que en ese internado el curso era de diez meses y medio. Y no había salida los festivos. Hasta sexto, ahí sí había libres los sábados tarde y los domingos después de la misa.
Estando en sexto comenzó a preocuparse por la forma en que podía solucionar sus estudios en la universidad, cuando saliera del colegio. Debía buscar algún medio de subvencionarse los estudios.
Trabajo. Empezó a preocuparse por buscar un trabajo, que le dejara tiempo suficiente para estudiar. Y empezaron todos los amigos a pensar qué carrera elegir…
Al final se decidió por Derecho.
Por medio de unos antiguos alumnos del colegio, pudo orientarse sobre el trabajo para cuando saliera del colegio, para subvencionar los estudios. De esta forma, el año que estuvo preparando el preu, no tenía la misma presión de estudio ni asistencia y podía procurarse sin problemas la subvención.
Terminó sexto y su reválida, sin problemas, y se marchó del colegio. Cada uno de los amigos, se despidió y dejó dicho en qué facultad estudiaría y la forma de verse, todos tan amigos. Menos uno, Goyo. Ni dijo lo que pensaba hacer, ni siquiera se despidió de Pablito, tan amigos como habían sido durante todo el bachillerato…
A primeros de agosto empezó a trabajar en los almacenes de una cadena de alimentación. Como a todos los nuevos, le exigían más que a los demás.
Se hizo amigo de un señor, Matías, bastante más mayor que él, muy serio, muy formal, y que siempre que tenía algún problema estaba a su lado. Le contó sus intenciones, lo que iba a estudiar, y por lo que estaba trabajando allí.
Se encontró con que a finales de mes hubo una huelga, en aquel tiempo prohibida. No podía hablarse de huelga. Matías le aconsejó que se diera de baja por enfermedad y no apareciera por allí en unos días. Si tenía algo que ver o quería saber algo, que se presentara en la iglesia de los Sacramentinos y preguntara por el padre Álvarez.
Matías empezó también a hablarle de la situación política española, de la dictadura, de un tal Marcelino Camacho, del "partido", en fin, de un montón de cosas de las que él no tenía idea, y que además no debía comentar con nadie, solamente con Matías, y con el padre Álvarez, nadie más.
Conoció la situación de algunos compañeros de trabajo. Unos en prisión, otros en revisión continua, antiguos estudiantes, incluso profesores, que no podían seguir ejerciendo su profesión por cuestiones políticas.
Tras los días de huelga, viendo que Matías no se incorporaba al trabajo, y nadie sabía nada de él, decidió presentarse al padre Álvarez a preguntarle por su compañero.
En la iglesia, tras muchas palabras, muchas preguntas, y esperas… se presentó al padre Álvarez, un cura mayor, muy amable y muy desconfiado. Dijo no conocer a nadie con ese nombre, hasta que Pablito le habló de todo lo que Matías le había contado, si iba a verlo.
Le comentó que estaba detenido, en la cárcel de Carabanchel. Le dijo que si estaba dispuesto a trabajar con ellos, que acudiera a los ejercicios espirituales, que comenzarían la semana siguiente allí, en la iglesia.
Acudió a los ejercicios (ese era el título, el contenido era muy distinto), se examinó y aprobó el preu. Comenzó el curso, y el padre Álvarez y otros compañeros (camaradas, decían ellos), le proporcionaron otro trabajo, más acorde con sus estudios, y que además le dejaba tiempo libre para sus clases y asesoramiento para sus trabajos. Entró a trabajar en un despacho de abogados, situado en la Glorieta de Atocha.
Cuando se dio cuenta, estaba metido totalmente en el "partido", siendo enlace en su facultad, y manteniendo el contacto con todos los afiliados de dentro de la universidad.
Una tarde salió del despacho a buscar unos documentos para unos "laborales" pendientes y cuando volvió… se encontró todo lleno de policías, ambulancias, guardia civil…, y lo detuvieron y se lo llevaron a declarar.
Aquí empezó realmente su calvario.