lunes, 16 de julio de 2012



LA RIQUEZA DE NUESTRO IDIOMA

Mayte Tudea Busto

14 -julio - 2012            

 

 

Acabo de darme un largo baño en las aguas tranquilas y ¡oh, maravilla! transparentes de este mediterráneo mecido por un poniente que amenaza rolar a terral, y tras el esfuerzo me tiendo sobre la arena y la sensación de relajamiento y bienestar me adormecen un poco. De cuando en cuando entorno los ojos y sólo percibo la línea azul oscuro del horizonte. Si los abro un poco más, distingo un par de barquitos de  pescadores, de los que se dedican a extraer almejas y coquinas del fondo de esta playa. Es un día laborable, apenas son las once de la mañana y no hay demasiada gente. El mayor ruido que percibo es el de las olas, acompasado y rítmico. Empiezan a llegar a mis oídos distintas voces, conversaciones a las que durante bastantes minutos no presto atención.

 

Por el acento de varias de ellas, tanto de las que me llegan de la derecha como de la izquierda, deduzco que pertenecen a un idioma eslavo. Puede ser ruso, ucraniano, o algo similar. Curiosamente, ninguna en castellano.

Ahora esto resulta muy habitual, lo mismo me ocurre cuando me desplazo en autobús, hay veces que tengo la sensación de encontrarme en un país extranjero. Nada que objetar, esto le da al ambiente un cierto exotismo.

 

Detrás de mí una voz masculina y otra femenina van elevando el tono y deduzco, aunque no entiendo lo que dicen, que están discutiendo. Ella lleva la voz cantante y parece recriminarle al hombre, ya que su tono es brusco y casi, casi, violento. Ya no hay ninguna duda de que se están peleando. Sin

ningún tipo de pudor ante el lugar público en el que se encuentran, van enzarzándose cada vez más, al menos verbalmente, y empiezo a sentir una sensación de incomodidad e incluso de cierto temor a que pasen del "dicho al hecho". No me gustaría presenciar una escena violenta, aunque ya es lo suficientemente desagradable escuchar el altercado.

 

Me incorporo, me giro para mirarles y que adviertan en mi gesto el reproche, aunque sea mudo, ante su actitud. Él es un hombre fornido, bien constituido y aparenta fortaleza física. Ella, una valquiria rubia, entrada en carnes y de belleza madura, no cesa en su letanía insistente, irritada y con ánimo de polemizar. Él responde con frases cortas en un tono mucho más conciliador, como tratando de apaciguarla, pero no lo consigue. Y entonces, para mi sorpresa, escucho a la "matriuska" rubia con claridad meridiana y acento castellano decirle casi gritando: ¡Idiota! ¡Hijo de puta!

 

Y es que desengañémonos, no hay un idioma para insultar más redondo que el español. Y la prueba está en el revuelo levantado ayer por la "fina" diputada y su "encantadora" expresión:"¡Que se jodan!". ¡País! Que diría Forges.

 

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