TODOS, ALGUNA VEZ, HEMOS SIDO POETAS
Ángel Pulla Dijort/Málaga
Otra vez con sus vestidos
Me ha rozado Primavera
Y un enjambre de sonidos
Se ha posado en mis oídos,
Al pasar Mayo a mi vera.
¡Dios mío, qué bochorno! Y pensar que esto lo escribí yo cuando tenía catorce o quince años.
No sé si alguna vez os he hablado de D. Vicente Tradacete, el mejor profesor de literatura que yo he tenido. Por él yo me aficioné a la lectura, hice teatro, me empezó a gustar la música clásica, me inicié en la afición a la escritura, escribía lo que podía (mal y poco, como podéis comprobar, pero a él se lo debo).
Este hombre me obligaba a escribir poesía y prosa, y gracias a eso, recuerdo este trozo, seguramente tendré varios más, pero este lo recuerdo porque me acusó de machadiano (¡qué más quisiera yo!), y en otra, cuyo texto no recuerdo, me ponía una nota, al margen de la calificación, que decía "no te metas en Honduras, que matan al presidente".
Luego, tuve otros elementos que influyeron en que temiera y a veces odiara la poesía, los poetas y los poetastros. Cómo no recordar a mi amigo A. Carralero, temido por su afición a que yo fuera su lector de cabecera. Pero de su propia producción, no de otros escritores. De su enorme capacidad de producción.
Si Tomás, que también padece muy frecuentes dolores de parto literario, fuera de semejante calidad artística a la de mi amigo, hace tiempo que le habría declarado la guerra a muerte al excelente filósofo.
Lo del teatro, eso tiene gracia. Bueno, tiene gracia que yo, que nunca había actuado en público en mi vida. No exactamente, en una ocasión recité, y después tuve que repetirlo varias veces, una poesía (ni recuerdo su autor) cuyo título era "El Santero", ese era todo mi currículum. Sentía verdadero pánico al público, a actuar delante de varias personas, todas mirándote, todas escuchándote… terrible.
Y de pronto, mi profesor de literatura que anda preparando una obra de teatro para las vacaciones de Navidad, me dice que me ha seleccionado como actor para representar una obra de ¿de quién? Ni lo recuerdo, pero tampoco su título ¡qué cabeza!
Después, no sé si al siguiente año, se me propuso de nuevo para representar un papel en una obra de Alejandro Casona. Concretamente se trataba de "Siete gritos en el mar". La verdad es que creo que debí estar dentro de los parámetros normales de actuación, puesto que "disfruté" de varias otras oportunidades de lucirme ante el público.
Era una gozada que este profesor te llamara al despacho. No era esta una llamada deseada por nadie. Cuando se te decía que acudas al despacho de D. Fulano… ¡mala noticia! Habitualmente representaba llamada de atención, suspenso a la vista, ejercicio deficiente, o peor, eres un desastre en todo…
Sin embargo, a mí me agradaban estas llamadas a su despacho. Significaba un rato sentado en su mesa, escuchando como por hilo musical música de Beethoven, Mozart, Chopin, Falla, etc. etc., mientras te está comentando cómo podías haber reforzado esta imagen literaria que pretendías crear, esta metáfora no es apropiada, estos versos…, este escrito no es digerible…
Y te enseña cómo se corrige esto. Cómo con otras palabras podías haber conseguido unos mejores efectos, un escrito más claro, más cálido. Hubieras conseguido una mejor calificación…
Y como por ensalmo, se pone a leerte un trozo de la obra que está leyendo en ese momento, y te lo hace de tal forma que te mete en el tema con solo una pequeña muestra de la obra…
Por todas estas cosas decía yo al principio que gracias al profesor Vicente Tradacete yo había aprendido y me había aficionado a toda esa serie de conocimientos que, lo único que lamento, es no haber sido capaz de absorberlos como hubiera sido mi deseo. Ahora sería bastante más erudito y mejor comunicador… ¡me habría encantado!
Por cierto, en aquel tiempo, en clase de literatura estaba totalmente prohibido hablar de… varios, entre ellos Miguel Hernández. No había existido, no había escrito, sin embargo, D. Vicente nos habló, nos leyó poesías de Miguel Hernández. Nos leyó y nos comentó poesías de Lorca. Eso solo es capaz de hacerlo alguien para quien lo único válido para medir la existencia de un artista, es su arte, no el poder.
Si yo alguna he sido poeta ¿?, si yo alguna vez empecé a cultivar y gustar del arte, de la música, la escritura…, de todo ello, se lo debo a este profesor, a Don Vicente Tradacete, aunque me hiciera pasar el apuro de escribir cosas como esta con la que inicio el artículo. Agradecido, profesor.
23/04/2010