jueves, 11 de febrero de 2010

YO FUI CAMIONERO

Ángel Pulla Dijort/Málaga

 

 

Lo único que recuerdo de mi vecino Carlos es que era minusválido, usaba muletas para "mal-andar" y que tenía muy mal genio cuando se enfadaba.

 

También recuerdo que poseía una gran habilidad con las manos para fabricar juguetes de hojalata.

 

Gracias a él, yo fui camionero en mi niñez.

 

En casa había un gran corral – o al menos así me lo parecía a mí -, que en invierno se llenaba de nieve y en verano daba una sombra magnífica. En ese corral, cuando no me apetecía irme de juegos con los amigos del cole, me refugiaba y montaba mis zonas de juego.

 

Aprovechando algunos desniveles, construí una carretera, con sus puentes, sus subidas y bajadas, e incluso un  aparcamiento y un garaje (en un fallo en la pared de la cuadra).

 

Todo muy bonito y muy aprovechable, pero… faltaba el camión. Hasta que un día pasó por allí mi vecino Carlos y me vio jugando con una caja de cartón… Sin decir nada, me fabricó un camión de hojalata, que ¡hasta giraba las ruedas delanteras!

 

Pasaba tardes enteras conduciendo mi camión por mis carreteras del corral. Y preparaba mis transportes, áridos, animales, madera, etc.

 

Debí pasar muy buenos ratos jugando en este mundo que yo me monté, porque al recordarlo me invade una gran tranquilidad. Me vienen recuerdos muy apacibles, muy agradables… eso significa que no encuentro señales de tensiones ni peleas ni de cualquier otra situación desagradable en mi recuerdo de vida de "camionero".

 

En aquel tiempo pude haber aprovechado para hacerme un niño filósofo. Tuve tiempo ¡mucho tiempo! para pensar, y de hecho lo hacía…, pero no supe aprovecharlo. Hubo un tiempo en que, tras una larga enfermedad, que casi me costó la vida, me vi obligado a abandonar los juegos de niños que implicaban un cierto riesgo, y retirarme a otros juegos más sedentarios y con más desgaste "mental que físico".

 

Si hubiera sabido aprovecharlo, podría haber desarrollado mi facultad de análisis, discusión y selección, y ahora podría competir con mi amigo en su terreno, pero no supe…   

 

Pero queda claro que yo, en mi niñez, fui camionero, experto en obras públicas y además, sin que sirva de precedente, trabajaba por amor al arte. Eso no volvió a repetirse jamás.

 

En aquellos tiempos, cuando algunos camiones llevaban una especie de depósito, o cocina, o… yo no recuerdo bien qué era aquello que llevaban atrás, en el cajón y que era de gasógeno, y tiraba el humo hacia arriba… Yo veía en mi pueblo, que bajaban de la sierra cargados de troncos de pino, y en algunas curvas del pueblo debían andar con mucho cuidado porque rozaban con esos largos palos a las paredes de enfrente.

 

Me gustaban porque no sonaban el claxon normal, sino una especie de silbido, como lo hacían los pastores a las ovejas. Y luego, en "Los Guijares", descargaban esos palos, formaban lo que nosotros llamábamos "cambras" (ignoro su causa, aunque no su significado), y en el otoño, por sus alrededores, nacían unas magníficas setas de cardo.  

 

¡De esos, de esos camioneros es de los que yo quería ser! Pero el camión que me regaló Carlos no era de ese tipo. No podía cargar palos largos para poder hacer yo mis "cambras" particulares…

 

Después, ya pasado el tiempo, poco a poco fui olvidando el oficio, abandoné el negocio, y me fui cambiando de nuevo al asunto del juego normal de un niño de seis o siete años. A mis amigos, a mis juegos, dejé la "filosofía elemental", y me metí de lleno con la más agradable disciplina del retoce, merienda, recreo, juego, pelota, etc. Eso no crea afición.

 

Por cierto, siendo más mayor, ya tenía novia, íbamos de guateque (no sé si algunos de los que me lean saben lo que era eso de "guateque". Si no lo saben que lo pregunten a sus padres, que ellos sí lo sabrán). Bueno, pues en esos guateques, especialmente cuando los hacíamos en la cámara de los padres de la Sole, en Hellín,  yo les decía a mis amigos que me dejaran encender la lumbre, porque yo de joven había sido pastor. ¡Y se lo creían!... y me dejaban encender… si podía, porque yo de pastor tengo menos que de cura…

 

Así que de niño, además de monaguillo, he tenido dos oficios: camionero y pastor. Uno de verdad…, aunque de juguete. El otro, ni siquiera de juguete, pero se lo han creído…

 

Y también, como dije anteriormente, me fui aficionando a la meditación filosófica. Lo peor es que, al no tener mentor, no supe aprovechar la ocasión y me quede en aficionado…

 

Cuando veáis a vuestros hijos jugando a algo, muy metidos en el juego, no los desaprovechéis. Preguntadles que os cuenten lo que "llevan entre manos", quizá os enteréis de que están desarrollando una misión especial, o simplemente os comenten algún pensamiento filosófico, que aunque de niño, sea capaz de haceros pensar "¡qué demonios se estará cociendo en la cabecita de esta criatura…!"

 

Y os puede sorprender…, como a mí cuando encontraba una seta al lado de la "cambra" de madera…

 

 

Agosto de 2008

2 comentarios:

Maruja Quesada dijo...

Ángel, me ha gustado mucho tu artículo porque no sólo fuiste camionero, sino, ingeniero de camino, pensador, filósofo, improvisado pastor y sobre todo, un niño con mucha inventiva. Tu artículo me ha recordado mi infancia y me figuro, que a todos los que lo lean.
Yo fui peluquera, le cortaba el pelo a todas las niñas de la escuela de mi madre, con castigo incluido; modista, cortaba trocitos de tela de donde fuera para hacerle ropita a mi muñeco de barro, castigo incluido; médico, sólo había uno en el pueblo y le sustituía de vez en cuando, pinchando donde no debía; maestra, actriz…etc.
Era una niña muy inquieta e inventiva. Ojala llegue a observar a mis nietos y poder pensar como bien dices: ¡Qué demonios se estará cociendo en las cabecitas de estas criaturas…! Un saludo, Maruja.

Ascot dijo...
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