sábado, 14 de septiembre de 2013


ALGO SE MUERE EN EL ALMA

Ángel Pulla Dijort/Málaga

 

Ayer casualmente escuché en youtube una canción dedicada a la marcha de una amigo "algo se muere en el alma cuando un amigo se va", y me recordó una tarde, hace ya treinta años, en que yo me despedía de mis amigos y compañeros en Valencia, tomando unas copas en el Mesón de Paco Esteban, y al terminar, sin saberlo ni esperarlo nadie, mi gran amigo Manolo Fernández   me dedicó, con bastante buena voz y tono, esta canción que me emocionó, más de lo que ya de por sí lo estaba.

"Cuando un amigo se va, se va dejando una huella que no se puede llenar". Mi gran amigo Manolo se fue y ya no podrá volver, eso sí que deja huella imposible de borrar.

La verdad  es que un amigo, lo que es un amigo, no  es tan fácil conseguir.

Yo no he sido de tener muchos amigos. Más bien creo que he tenido pocos amigos. Creo que puedo contarlos, si me lo propusiera, y no creo que me olvidara de muchos.

Me estoy refiriendo a amigos/Amigos/, no a amigos del alma que lo único que buscan la ocasión de arrimarse a ti por si pueden aprovecharse de algo. De esos sí he tenido a montones, pero he sido bastante perspicaz para seleccionarlos.

Un antiguo   compañero acogía a todos ellos como "mis amigos" y como a tales les trataba. Y se llevó muchísimos desengaños.

Yo también tuve también muchos amigos de este tipo, mientras tenía algo de "poder" o influencia. Cuando cesas, esas amistades se pierden, no existen, te dan la razón a tus convicciones de que todo era amigo de cafe y copa.

Cuando me trasladaron a Málaga, mis amigos de Valencia reaccionaron como esperaba de ellos.

Unos se alegraron y sufrieron. Se alegraron porque se me ofrecía una buena oportunidad laboral y sufrieron porque nos separábamos, tanto de Pepa como de mí, y eso era separarse de tus amigos.

Otros, ni se alegraron ni sufrieron, aunque intentaban aparentar eso. Pero no se alegraron por envidia, y no sufrieron porque les importaba un rábano la separación que imponía la distancia. ¡Y eso se nota...!

Yo me despedí de todos, uno a uno, sin dejar a nadie, incluso de aquellos a los que apenas trataba - éramos más de 600 personas -. Pero les di la mano a todos.

A mi pequeña despedida, solo invité a unos veinte o treinta. Esos eran considerados mis amigos, no por mí, pero sí por el entorno.

Y allí se veía perfectamente los sentimientos que antes he señalado, y más cuando ya habíamos tomado dos botellas de vino.

Lo cierto es que las personas creen que aquellos que antes eran tus amigos, cuando eras niño, van a seguir siéndolo toda la vida. No hay tal razón. Depende de cómo haya transcurrido tu vida en el tiempo pasado desde entonces hasta ahora.

Hace unos días, hablaba en mi pueblo con un amigo mío desde la niñez, Emiliano, y tratábamos precisamente de este asunto.

Cuando nos vemos en verano, el año que coincidimos, algunos amigos de antaño. La mayoría de ellos no nos hemos vuelto a ver en años, otros nos hemos visto algún día, hemos hablado un rato y después cada uno con su familia y se acabó.

Yo le comentaba a Emiliano qué es lo que teníamos en común ahora esos amigos, si realmente hacía cuarenta años que no nos veíamos, no hay temas, excepto los tópicos, de tratar o remitirnos a los años de colegio y poco después. No hay convivencia posterior ni otros asuntos que los generales, la situación del país, la economía, los cuatro conocidos, y para de contar. No hay más.

Sí es cierto que cuando pierdes un amigo, un verdadero amigo, te deja la célebre huella imborrable. Especialmente si es una pérdida definitiva, como mi amigo Manolo, Eduardo, Julián, etc. gente buena, de tu edad y que todavía los veías con ganas de pelear, de vivir.

 Por ellos, sí. Por ellos y por los otros seis u ocho de los que he tenido que separarme con gran sentimiento, sí sería capaz de entonar yo también esa canción de los Amigos de Gines de "algo se muere en el alma cuando un amigo se va". ¡Va por vosotros!   


No hay comentarios: