viernes, 5 de abril de 2013



A VECES RECUERDAS COSAS

Ángel Pulla Dijort

 

No sé a cuento de qué, viendo hace unos días el museo de Juan Ramón Jiménez y releyendo algunos párrafos de su libro "Platero y yo", me vienen a la memoria recuerdos de niño, que ni siquiera puedes explicarte el por qué ni que ilación tienen con el escritor ni su burro Platero.

En mi pueblo la casi totalidad del monte - pinares, tierras, arboledas, etc. - es propiedad municipal. Eso sirve, entre otras cosas, para que siempre se encuentre el monte limpio y vigilado contra incendios, y para que el Ayuntamiento pueda desenvolverse financieramente con la venta de madera, según estimaciones con el antiguo ICONA, actualmente creo que es un departamento dependiente de Medio Ambiente, o el Seprona.

Estas talas de pinos conllevan una serie de trabajos, que efectúan las compañías madereras compradoras, y que después de limpiar de ramaje y puntas a los pinos, dejan pelado el tronco, que es lo que a estas compañías les interesa.

Con el fin de dejar limpio el monte, evitando así los temibles incendios veraniegos, y de paso ayudar a los vecinos que lo deseen, el ayuntamiento ofrece preparar y recoger toda esta leña a los que quieran participar, con la condición de que en unas fechas determinadas quede el monte listo para la revisión del Seprona.

Todo este "historial" viene a cuento del primer párrafo de este artículo, y ahora puedo explicar mis recuerdos.

Supongo que podía tener unos dieciséis años, año arriba año abajo, estando de vacaciones de verano, se planteó esta recogida de leña del monte, y cada familia debía enviar una persona - prioritariamente exigían que fueran hombres - para poder optar a una parte del común.       

Normalmente las personas que acudían a estos trabajos de aproximadamente unos dos o tres días, eran gente con experiencia en estos o semejantes trabajos, menos en las familias, como la mía, en que no había "más cera que la que arde", es decir, no había nadie más que yo.

Al final acudíamos cuatro o cinco estudiantes que teníamos vacaciones y las familias pensaban que era el mejor destino que podían darnos en unos días.

El reparto se hacía por grupos de cuatro o cinco personas, donde dos o tres se dedicaban al corte, con hacha o sierra, y dos al transporte hacia el lugar donde se amontonaba. Este transporte era troglodita total. Dos palos largos en el suelo y paralelos, y encima leña cortada atravesada y hasta un peso que pudiera soportarse. Es fácil imaginarse cómo teníamos las manos los estudiantes hacia las once de la mañana del primer día.

Como consecuencia de estas situaciones "laborales" venía el escarceo. Y derivado del mismo, el enfado del personal "formal" y de la colectividad en general.

Yo gozaba de cierta ventaja, porque al ser mi cuñado Marino concejal, podía aplicarme a su grupo y ahí se tenía cierto "cariño" y no me sometían a trabajo a destajo como a otros de mis compañeros.

En una de estas ocasiones, después de haber parado a comer, sentados bajo un pino y a marchas forzadas, y haber reenganchado de inmediato, a media tarde nos llaman urgentemente para dejar este trabajo y ¡dedicarnos a bomberos!

Es difícil poder explicar esto para  quien no conoce mi pueblo, pero intentando hacerlo elemental, hay dos grandes montes separados por la Hoz de Beteta, recorrida por el rio Guadiela, con cortes en picado donde es imposible pasar y, si conoces los pasos, con unos descensos de más de cien metros de desnivel.

Hecha esta aclaración, debíamos ir a las cinco de la tarde, con toda la mañana trabajando según queda dicho anteriormente, siguiendo a quienes conocían los caminos, descendiendo en primer lugar hasta el fondo de la hoz, cruzar el rio y subir por la otra parte hasta llegar al otro monte donde estaba el incendio. El monte donde estábamos trabajando en la leña era el Palancar y ahora debíamos subir al Zatiquero.

Todo este trasiego debía hacerse con una temperatura de más de 30 grados y arrastrando todos los sudores y cansancios de todo el día. 

Por supuesto, cuando llegamos al lugar estaba anocheciendo y además nos esperaba la guardia civil. La autoridad competente. No es necesario que os diga cómo nos llevábamos la guardia civil y nosotros en aquellos años.    

Por supuesto, el retén designado para hacer esa noche la guardia éramos los cuatro estudiantes y otros tantos expertos, que debían acompañarnos en cada ronda, porque nosotros desconocíamos los lugares y los sistemas para mantener las constantes de seguridad necesarias.

Concretamente a mí me tocó acompañar al "Pistolas". Desde un principio me dejó muy claro que no iba a estar pendiente de que me perdiera o cayera en algún agujero. Yo me propuse no darle  ni tener problema alguno. Iba siempre detrás, pisando donde él lo hiciera, aunque fuera sobre un montón de ascuas. Allí pisaba yo también. No hubo problema en toda la noche.

Se hace una noche larga, pesada, inaguantable, y más cuando las personas que acompañan no admiten bromas de gente joven. Planteamos  -  en broma naturalmente - marchar el grupo a un pueblo, creo que era Carrascosa, a tomar una copa... La reacción de la benemérita fue de libro: "Al que se ausente sin mi permiso, lo detengo y lo cierro en el calabozo" he dicho.

Cómo estaría el ambiente, que lo primero que hicieron cuando llegó el refuerzo por la mañana, lo primero que se planteó fue que el grupo del que formábamos parte se marchara cuanto antes de allí para evitar males mayores.

Entre otras cosas, estos son mis recuerdos de mi debut como leñador y bombero de montes. Sí recuerdo también algo que me resultó alucinante. Ver a un señor de los expertos, con bastantes años más que nosotros, que comentaba y el resto lo avalaba, que hacía la digestión según iba comiendo. No sé si estos es posible o no, lo que sí es cierto que este señor, comiendo delante de nosotros, cesaba cuando creía que ya tenía suficiente, o se le acaba la comida. No porque estuviera harto.

 ¡ Como para invitarlo a comer!  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo he vivido esa experiencia, y además posiblemente hayamos coincidido en alguna ocasión.