jueves, 4 de octubre de 2012



NO PUEDO CON LOS FANTASMAS

Ángel Pulla Dijort/Málaga

 

Todos hemos tenido en nuestra época de estudiantes nuestros colegas, compañeros, troncos, etc. con quienes en mejores o peores condiciones nos entendíamos y tratábamos de "defendernos" como mejor podíamos en las correspondientes asignaturas. Mucho más cuando se trataba de los que eramos becarios, y había que mantenerla a base de nota media, que  era lo normal en aquella época.

Por supuesto yo también tenía mis compañeros. Era bastante sociable - después me volví algo menos -, recuerdo especialmente a uno de ellos con el que siempre, no sé si voluntaria o involuntariamente, me encontraba asociado para todo trabajo en equipo y que puntuaba por igual a todos los componentes del mismo.

Se daba el caso de que - soy ahora incapaz de definir exactamente las causas o excusas - yo me cargaba muchos de esos "muertos", "porque a ti esto se te da bastante bien", " tengo una obligación ineludible", etc. etc.

Como la verdad es que a mí siempre me ha gustado mucho estudiar y además, debido a la endeblez de la economía familiar, si no había beca no había estudios, yo asumía tranquilamente mi papel y me dedicaba muy a gusto a preparar mis trabajos en grupo - que también eran los de mi amigo, compañero o "adjunto" -, y unas  veces echándole en cara su nula aportación y otras aguantando las ganas de mandarlo a hacer puñetas o plantearle ante el profesor mi negativa a asociarme con él, acabé aceptándolo porque podía perjudicarle con mi negativa.

Lo peor y cuando comencé a plantearme seriamente la situación, fue  cuando el oportunista y desaprensivo colega, comienza a insinuar ante el profesor  que su sagacidad, su talento nos ha abocado a inclinarnos por tal solución... ¡los que me conocen saben que para mí es casi un imposible no saltarle a la yugular!

A tal punto llegaba su desfachatez, que ya se marcaba los faroles ante cualquiera, incluso estando yo presente.

Como es lógico, llega un momento en que su comportamiento me resulta inadmisible y abusivo, y decido plantear claramente su actuación y su aportación al grupo de trabajo, para terminar definitivamente con esa situación intorelable a que me encuentro sometido.

Además, con objeto de que la maquinación surta el mayor impacto posible, someto a mi "versado oportunista" a una prueba irrefutable.

Era tal la nula credibilidad que tenía para mí, que intuí que si presentaba la queja normalmente, sin datos, la negaría y posiblemente me enfrentaría a mi propia acusación, ante mi profesor y mis compañeros.

Deduje que había un sistema infalible - aunque  arriesgado y quizá con alguna repercusión en mi contra -.  Preparamos el trabajo y en esta ocasión lo presentó mi compañero. El sistema había sido el habitual, no aporta, no repasa, no comprueba, y presenta lo que yo le doy. Explicaciones la mínimas, y él prepara su propia exposición.

Por otra parte, yo presenté mi propio trabajo, en solitario, con los resultados que había considerado correctos, y las explicaciones necesarias para obtener esos resultados.

Naturalmente, fue incapaz de defender los "fallos" que - intencionadamente- figuraban en el primer trabajo. Simplemente no lo conocía.

Cuando tanto el profesor como el resto de alumnos conocieron la razón de la doble presentación de trabajos, aceptaron en su mayoría mi actuación, aunque el profesor me aconsejó cambiar de actitud en estas ocasiones.

No es extraño este tipo de actuaciones a través del paso de los años. Es habitual encontrar personas que tienen el vicio de apropiarse de cualquier mérito que se encuentre pendiente de adjudicar a su justo consignatario, como si fuera la cosa más natural del mundo colgarse las medallas adquiridas por méritos ajenos.

¡Y lo bien que quedan colgadas en la pechera!

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