domingo, 5 de agosto de 2012



CONTRASENTIDOS

Mayte Tudea Busto

 

 

¡Te quiero tanto! decía el hombre con vehemencia. ¿Cómo podría vivir sin tus atenciones permanentes, sin el mimo con el que cuidas mis trajes, sin la delicadeza con la que planchas mis camisas, sin la exquisitez con la que  preparas mis platos preferidos, sin la comprensión con la que escuchas mis problemas de trabajo, sin... ¿Sabes de verdad cuánto te quiero? insistía él.

"Sí, sé perfectamente cuánto te quieres", respondía ella.

 

 

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Con rostro grave iba desgranando ante aquel numeroso grupo de empleados las dificultades por las que atravesaba la empresa. "Son tiempos difíciles en los que se nos exige un gran sacrificio. Hay que reorganizar la plantilla, ajustar las nóminas, intensificar los horarios, remar con fuerza y en la misma dirección para que el barco no se hunda". Mientras se dirigía hacia la puerta del Rolls que el chófer mantenía abierta, los obreros, emocionados, le entregaban billetes de cinco, diez, veinte euros que el patrón recogía condescendiente.

 

                                              

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Con terror mal disimulado se colocó sobre la báscula. ¡Aleluya! Por fin,

tras largos meses de dura lucha había alcanzado la meta soñada. ¡Sesenta! ¡Sesenta kilos! El peso ideal para su estatura, de 1,70 metros. Una expresión de felicidad le iluminó la cara.

 

Por la mañana, su marido le gritó desde el baño: ¡Esta báscula está estropeada! ¡Sólo marca sesenta kilos! Y ella le contestó con acento travieso: Esa es mía. A ti te he comprado una nueva, la tienes en el salón.

 

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La silicona le tensaba fuertemente los labios, el hilo de oro tiraba de sus sienes y los pómulos dilataban su nariz. Se miró en el espejo. Vio un rostro de muñeca impávida, criogenizada. Intentó sonreír y surgió una mueca distorsionada de su boca. Y pensó: "¿Sonreír? ¿Para qué? ¡Con lo oscuro que está el panorama!"

                             

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