miércoles, 3 de agosto de 2011

TAMBIEN PUDO SER LA ESPINA DE UNA ROSA

Ángel Pulla Dijort/Málaga

 

Pudo darse que una espina en el tallo de una hermosa rosa roja hubiera producido el hecho. No este, pero sí otro semejante.

Lo digo para que aquellos que me conocen no inicien su lógica deducción sacada de mi presente artículo, aquello de que mira de tal palo tal astilla, ya sabemos de qué pie cojeas, etc.

Esta va sin segundas.

Algunos de mis amigos, y de mis amigas, cuando lo lean, me los veo venir. Claro, siempre disparando a los mismos, cómo no le iba a lanzar algún tirito a sus amigos del PP…

Esto es mucho más simple y vulgar que todo ese tinglado mental que os estáis recelando.

En la torre derecha del Colegio de San Ildefonso, en El Palo, en la parte más alta de la misma, se hallaba una gaviota, dando unos graznidos, que llamaban la atención a las personas, que, como yo, no tenían en ese momento ninguna otra diversión ni obligación que no fuera mirar, escuchar y ver lo que ocurría en aquellos alrededores.

Al parecer, aunque esto lo digo por deducción, momentos antes había comenzado un jardinero a pasear su cortacésped por los jardines del colegio, pasando cuando comenzó la exhibición de la gaviota por la parte derecha del jardín, dirección a la calle J. S. Elcano.

Y aquí comienza el festival de la gaviota.

Resultaba alucinante ver cómo esa gaviota evolucionaba, realizando giros acrobáticos sobre los árboles más altos del patio, haciendo bajadas de kamikaze hacia el césped y recuperando de nuevo su altura, acompañando estas piruetas con unos graznidos amenazantes, que podrían amedrentar a cualquiera que estuviese dentro de ese recinto, e incluso a los que lo veíamos detrás de la "barrera".

Únicamente recuerdo una visión semejante con un águila precipitándose sobre un pequeño animal (no pude ver qué era, aunque imagino que sería un conejo) en el campo. Jamás he visto algo igual al comportamiento de esta gaviota.

Intrigados por esta actuación, un vecino casual y yo, que estábamos ante el escaparate de una librería, nos metimos de lleno en la contemplación e interpretación de la conducta del animal.

Una vez que el jardinero con su cortacésped enfiló la pared paralela a la avenida, cambió por completo la actuación de la gaviota.

Concretó su punto de mira y se lanzó sobre él con las más aviesas intenciones: el jardinero y su máquina.

Este hombre se defendía como podía de su implacable atacante. A manotazos, a sombrerazos – le hizo falta una escopeta, creo yo -, pero no había forma de hacerle desistir.

Mi compañero de escaparate me comentó que posiblemente esa gaviota tendría por allí alguna cría o quizá algún desove, y por esta causa defendía con esa agresividad a su futura descendencia.

Posiblemente fuera así.

Era impresionante escuchar los graznidos de esta gaviota cuando iniciaba su embestida contra el jardinero. Ignoro cual sería su estado de ánimo, yo en su caso estaría atemorizado.

Dedicaba además todo su tiempo al ataque sin cuartel a su objetivo, sin concederle un intervalo de sosiego, ataque directo y una vez remontado su derrotero, volvía sin tregua  a abalanzarse sobre el mismo.

La gaviota no ha sido nunca un animal de mi complacencia. Siempre la he visto como sosa, sin ningún arte especial de deleite para el que la mira. Se mueve por las orillas del mar, incluso dentro del mismo, se posa sobre las farolas o los salientes de los edificios y vigila y persigue a los peces para su pesca, y si no los hay, se alimenta del pescado muerto o de los basureros. No canta, grazna.

Como digo, nunca ha sido santo de mi devoción. Y de hace unos años, incluso menos.

El amedrentado jardinero, perseguido con insistencia por este animal, se dirige hacia el centro del jardín, para la máquina y se coloca muy marcial, sombrero en mano, esperando la siguiente bribonada de la gaviota.

Y no llegó.

Fue como si al apagar el motor de la cortadora, hubieran desconectado la actividad de la palmípeda. ¡Ay, si siempre ocurriera lo mismo, si siempre fuera igual…!

A modo de conclusión (iba a decir corolario, pero tengo mis dudas, quizá le pregunte a Tomás por su significado exacto) deduzco que las gaviotas, a quienes yo nunca había juzgado como animales violentos, implacables, se me habían manifestado precisamente como tales criaturas, defendiendo al parecer, a su descendencia.

¡Ventura del sufrido jardinero al venir en su represalia una sola gaviota! ¿Se imaginan si viene la pareja?

¡Hubiera tenido que rendirse, o mejor entregarle la herramienta y exiliarse!

29/06/2011

1 comentario:

Tomás Morales dijo...

Ayer mismo, con mi Santi y con mi Alberto, en el Parque de la Paloma, en Benalmádena, alucinaba (mi Santí) viendo cómo una gallina enana le hacía frente a un perro, para defender a sus polluelos, mientras éstos corrían a esconderse tras el seto.
La inteligencia tiene sus estrategias, el instinto las suyas.
Recuerdo, de adolescente, haber ido con mi padre al campo y saltar la perdiz, medio cayéndose, dando con sus alas por el suelo y me recuerdo corriendo tras ella, al tiempo que mi padre me decía: "mira, son ocho perdigones, los que corren hacia el lado contrario, la perdiz hace eso para que...".
¡Maravillas de la Naturaleza!.
¿Diferencia?.
Que no sé de ningún partido político que tenga una gallina enana ni una perdiz como emblema o divisa.
Es otra maravilla, en este caso no de la naturaleza, sino del lenguaje simbólico humano.
De nuevo otra maravilla de interpretación.