(Artículo publicado en la Revista de Amaduma del mes de mayo de 2016)
¡QUE DIFICIL ES ACOSTUMBRARSE!
Ángel Pulla Dijort
Es conveniente retrotraerse a aquellas edades en que empezábamos a entender que no todo era obedecer lo que decía u ordenaba el padre, el profesor o cualquier otro "con mando en plaza".
Entendías que debías consensuar con los demás qué es lo más conveniente para llevar a cabo los planes del grupo. Siempre había aquel que creía ser el no va más, el que todo lo sabe y el que pensaba que sus ideas eran las mejores y que sin ellas no funcionaría nada.
Recordando mi época de juventud no encontraba en ella ningún obstáculo al entendimiento entre las partes, estas no existían, todo era un acuerdo total a lo establecido. No fue así según avanzaba en edad, cuando ya se planteaban todas las ideas, las nuevas y las infalibles. En este caso entendías que era imprescindible hablar, dialogar y convencer al resto de que lo expuesto por ti o lo escuchado del oponente era lo más adecuado para la consecución de los fines propuestos.
Todos estos hechos están referidos a nuestro tiempo de estudiantes o recién terminados los estudios.
En el ámbito empresarial era, y fue durante mucho tiempo después, harto dificultoso hacer entender a la cúpula directiva que la infalibilidad solo le era reconocida al Papa, según los católicos. ¡Qué podía saber de dirigir una empresa un "estudiantillo" por muchos títulos que tuviera, o un barbudo agente sindical, uñas negras, que en su vida lo único que había aprendido a hacer era obedecer y cobrar su nómina a fin de mes!
Esta postura era la normal en las empresas medias y pequeñas. Afortunadamente en las grandes, especialmente en las multinacionales, que por entonces ya iban siendo bastantes, la idea era distinta, más adecuada a los países de donde procedían.
Con el andar del tiempo se fue llegando a donde todas las personas que esperaban su evolución vieron como inevitable y satisfactoria su aparición: el diálogo, los pactos.
No había forma de enderezar aquella situación, especialmente peligrosa, económica y financieramente de difícil solución, socialmente hundida, y militarmente insumisa y amenazante, salvo un sistema totalmente desconocido para nosotros que era el diálogo de los partidos. Una versión nueva y a la luz del día de las anteriores "platajuntas".
En principio, y como no se daban muchos ni claros anuncios de lo que allí se cocía, los Pactos de la Moncloa los encontrábamos faltos de contenido, aunque siempre entendiendo que era lo esencial para que el diálogo entre tan distintas posiciones ideológicas fructificara en acuerdos indispensables para que aquella inviable situación se recondujera.
Y se consiguió, y se aprendió a entender que dialogando, aportando ideas, y en especial buena voluntad se podía llegar a discutir la Constitución del 78, y a un acuerdo muy difícil de entender, aunque ahora a todos nos parezca algo ya pasado y susceptible de revisión.
Aquellas enseñanzas no han durado muchos años. Es el peligro de las mayorías absolutas y de las épocas de legislaturas alternas entre dos partidos sin grandes dificultades de formación de gobiernos.
Afortunadamente algo ha despertado en los votantes la necesidad de revitalizar la vida política. No es bueno el seguimiento ciego a las costumbres y a las vivencias del pasado, y sí es de tener en cuenta que las nuevas formas de pensar deben tener cabida por completo en el seguimiento de otras posibles reacciones de la mayoría de los votantes.
Ni siquiera hubiera osado admitir que 38 años después de aquellos admirables resultados de tantos entes y tantas horas de discusión y con esas interminables situaciones de posturas dubitativas, sin grandes esperanzas y con enormes nubarrones sobre nuestra gran ilusión de acuerdo general, pudiéramos alcanzar la tesitura deseada de unos acuerdos de antemano impensables.
Sería interesante conocer las razones que expliquen que aquellos mismos personajes que consiguieron esos acuerdos, y los descendientes de ellos, que afortunadamente tuvieron la oportunidad de una más completa formación y una más amplia vivencia y experiencia vital, hayan perdido la capacidad de dialogar, de entenderse hablando, no sean capaces de entender que un diálogo no consiste en exponer sin escuchar, de imponer sin ceder, de estudiar las ponencias de cada cual y extraer los puntos que pueden ser válidos para todos o para la mayoría y de tal forma gestionar un plan suficientemente beneficioso para la colectividad.
Me desorienta más encontrar que precisamente las personas en quien has supuesto una mayor preparación para el diálogo, por su preparación universitaria y sus andanzas políticas, en esas personas que esperabas más propensas a debatir, a parlamentar, sean precisamente las que de forma más significativa incidan en desvirtuar cualquier trámite que pueda llevar a un entendimiento de más personas. Jamás un buen conversador pondrá de antemano líneas rojas inamovibles a su interlocutor. Desgraciadamente esos personajes que más te han decepcionado por ser de los que tu esperabas más deseos de diálogo, consiguen que sus propias estructuras se desmoronen y pierdan los apoyos imaginados de antemano en su poder. "Lo que la naturaleza no da, Salamanca no aporta".
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