EL MONAGUILLO
Ángel Pulla Dijort/Málaga
Si mal no recuerdo, a los seis años era monaguillo en la iglesia de mi pueblo.
No creáis que en aquellos tiempos donde imperaba el nacional-catolicismo, ser monaguillo no era un pequeño triunfo para los niños que veían que sus maestros les vigilaban si asistían a misa o no, y los curas pasaban lista - no con nombre y apellidos - pero sí de un golpe de vista repasaban los presentes y los ausentes. Claro que esto era en los pueblos, donde sí era muy fácil darse cuenta de que fulano o menganito no acudían muy a menudo a misa.
Cuando yo empecé en esto, Charly era el jefe de la cuadrilla, creo que éramos cuatro. Pero además era el jefe con mando en plaza. Se hacía lo que él decía y como lo decía.
En aquel tiempo se decía la misa en latín, el monaguillo debía aprenderse de memoria aquellos "kirie eleisones", y peor aún, el "confiteor deo", eso era el no va más.
Cuando yo empecé a ejercer, por supuesto acompañando a Charly como segundo, y yo veía que al principio de la misa, con la cabeza inclinada se iniciaba el célebre "confiteor", yo solo decía con claridad esas dos palabras: "confiteor deo". No sabía más.
Pero además me resultaba imposible aprenderlo porque Charly soltaba por lo bajo una serie de palabrotas ininteligibles que te resultaba imposible cogerle ni una. Yo creo que él tampoco se lo sabía.
También mas adelante pude pronunciar alguna más. Por ejemplo, "mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa". Esa sí la cogí, porque era de las pocas que se le podía entender al Charly.
Por fin, el cura vio que no podía aprenderlo de oídas y me dio un papel donde venía escrito, y así poco a poco y siguiendo la musiquilla que marcaba el ritmo del Charly, fui atreviéndome a pronunciar más claro el resto del "confiteor" sin miedo a que se me entendiera.
Después ya vino todo bordado. Además, como yo tenía asimilado que después yo sería cura, pues casi que me iba bien ir aprendiendo todo aquello y gustándome lo que se desenvolvía alrededor de la misa - quien te ha visto y quién te ve -.
Después vino otro cura, no recuerdo quien era, que se empeñó en que los monaguillos en Semana Santa cantáramos canciones en latín de las correspondientes a los Oficios propios de esas fechas, no recuerdo ahora cuales eran, pero sí había una que decía "pueri hebreorum", y varias más.
Tras muchos estudios y ensayos, resultó que yo era el "piquito de oro" y me tocó actuar de solista. A los otros les dijo más o menos que tenían un oído frente al otro y nada más.
Y tras este éxito musical, me propuso que yo debía acompañarlo como lector narrador en la lectura de los evangelios de Semana Santa, evangelios de la pasión. El otro acompañante, como lector de "los malos, Judas, etc" sería mi amigo Emiliano.
Y ahí nos vemos los dos, uno en cada púlpito de la iglesia, y el cura en medio del altar, leyendo a voz en grito los evangelios de San Juan, y de San Mateo y no sé si alguno más.
Bueno, esto de acuerdo con mis perspectivas era un éxito. Más o menos la mitad de la carrera de cura, al menos las prácticas ya estaban aprobadas.
Toda esta es la parte externa de la actuación de los monaguillos, lo que se ve desde fuera.
La parte interna era otra cosa. Por supuesto que el vino de misa, dulce, era una parte del botín que nos tomábamos nosotros, aunque el sacristán nos daba unos capones y unas broncas de aúpa, pero eso y comernos algunas hostias - de las buenas, nos de las de repartir - era anexo al cargo. También tenías la ventaja de que si había invitaciones, también se nos incluía a nosotros. Y alguna propinilla que caía. Eso era todo.
Había cosas que no me gustaban nada, incluso alguna de me daba miedo. Por ejemplo, cuando había que acompañar al cura a dar el viático a algún enfermo. Recuerdo especialmente una caso donde el que fuimos a ver estaba muerto, electrocutado. Eso no se me ha olvidado todavía.
Había un montón de anécdotas para contar, pero aquí así por la gorra no las voy a contar. Esas ya las podréis leer en mis memorias, cuando las publique.