miércoles, 13 de octubre de 2010

TÚ, YO, NOSOTROS.

Mayte Tudea

12-10-2010

 

 

Hay experiencias vividas y experiencias asimiladas. Y en ocasiones, éstas últimas quedan incorporadas a nuestro acerbo personal de un modo tan intenso, que terminan pareciéndonos más nuestras que las que se han producido en carne propia.

 

De igual modo ocurre cuando se convive con alguien muchos años. Si existe un auténtico sentimiento de unión, una voluntad decidida de compartir, de participar en los avatares del otro, todo aquello que le suceda nos pasa también a nosotros, nos alegra, nos duele, nos preocupa, somos protagonistas de esa vida por asimilación.

 

(Un inciso. Hace pocos días, un amigo me llamó para decirme que no podía asistir a la comida de grupo que teníamos prevista, porque a su mujer iban a realizarle varios implantes dentales). Deducción: Si ella no puede comer, él tampoco.

 

El caldo de cultivo idóneo para que se produzca esta simbiosis, suele ser el matrimonio, o la pareja. En ocasiones excepcionales también se desarrolla entre amigos, pero ello requiere de una convivencia permanente y constante y resulta más difícil de mantener.

 

Con los hijos –quizá en una medida aún mayor-  se vive, de forma vicaria, todo cuanto les acontece, pero no existe esa reciprocidad, esa vía de comunicación tan efectiva, tan real como en la pareja. Los hijos no son –no hemos sido-, tan proclives a desnudarnos ante los padres, a mostrarnos tan como realmente somos, bien por temor a defraudarlos, a preocuparlos, o sencillamente por evitar que sufran, sobre todo, cuando no están en condiciones de solucionar el problema que nos aqueja.

 

Alguien muy querido me dijo un día que cuando dos personas están unidas por ese lazo etéreo, inaprensible, quizá inexplicable,

del amor compartido, sedimentado, decantado, sometido a pruebas, fortalecido en ellas, llegan a elaborar pensamientos afines y acaban expresándose en términos similares. Incluso conozco un caso en que llegaron a soñar la misma pesadilla.  Y  además de esposos, amantes, compañeros y amigos, se convierten en cómplices. Y esta última categoría, creo yo, es el nexo de unión más potente, más sólido entre una pareja.

 

Aunque todo esto es muy hermoso, desgraciadamente resulta muy poco frecuente. 

 

Lo habitual es observar a una mayoría de los que han convivido juntos durante treinta, cuarenta o más años, sumergidos en una especie de "limbo" donde impera el aburrimiento, y donde la resignación es el pan nuestro de cada día.

 

"No hay manera de que hagamos nada de cuanto le propongo, cada vez resulta más difícil convivir con él", escucho en versión femenina. "Nunca está dispuesta para seguirme en lo que me gusta. En nuestra vida sólo existen los nietos", oigo decir a los varones.

 

Y se van enredando en esa sutil tela de araña de incomprensión   hasta que terminan mirándose como extraños, o lo que es mucho peor, como enemigos.

 

Sin embargo, cuando la inteligencia aplicada a las relaciones humanas se hace presente, y la pareja sabe deslindar los gustos e intereses comunes de los privados, cuando son capaces de concederse un espacio personal sin interferir en él ni tratar de controlarlo, resulta mucho más fácil disfrutar de aquellos otros que son mutuos y deben ser compartidos.

 

Todos necesitamos un lugar nuestro y sentirlo propio. La sensación de libertad nos resulta tan necesaria como el aire que respiramos, incluso aunque ésta sea sólo condicional.

 

 

3 comentarios:

Angel dijo...

Como soy el amigo al que haces alusión en tu artículo, he de confirmarte que para esos actos concretamente, si mi compañera no puede asistir por esos motivos, efectivamente yo tampoco asisto.
Son formas de entender mi compromiso, que pueden ser o no las adecuadas, pero para mí son las que yo siento, y por tanto, válidas.
Un abrazo, poeta.

Anónimo dijo...

Si os nombro, aunque sea de incógnito, en mi artículo, es porque creo que Pepa y tú constituís un "nosotros", sin haber abandonado el "tú" y "yo".
Y es precisamente vuestra fórmula a la que me refiero cuando hablo de "la inteligencia aplicada a las relaciones humanas".
Que os dure muchos años, amigo.
Mayte

Tomás Morales dijo...

Yo, al contrario de lo que dicen los curas a las parejas que se casan, de que son, ya, una misma carne,un mismo proyecto,.etc, etc...
Afirmo que cuando dos personas deciden vivir juntas (convivir), desde ese mismo momento tienen, no uno ni dos, sino tres proyectos de vida: el de cada uno de ellos y el de ese "nosotros".
Que nunca, jamás, el proyecto de uno elimine el proyecto del otro, que no se anulen en su libertad y en su responsabilidad.
Que nunca, jamás, el proyecto del "nosotros" anule los proyectos personales.
Es lo difícil, pero es lo bonito.