martes, 4 de mayo de 2021

LA CASA DE LA TIA CELESTINA

Ángel Pulla Dijort/Málaga

Nací en los Baños de la Rosa, balneario situado a unos dos kilómetros de Beteta, pasada la ermita de la Virgen de la Rosa, en una desviación a la derecha en dirección Valsalobre, camino de tierra, a unos doscientos metros se encuentra la entrada a la finca donde mis padres trabajaban de guardianes hasta el año 1950, más o menos.

Mi pueblo, Beteta, no lo recuerdo bien, pero recuerdo que yo lo conocí a los cuatro años, más o menos, que es cuando mis padres dejaron los baños y subieron a vivir definitivamente al pueblo.

En aquella fecha es cuando creo que tuve que acostumbrarme a vivir fuera del campo donde antes vivía y comenzar a conocer gente fuera de mi familia. Vivíamos en una casa bastante grande, para mi costumbre de vivir en una más pequeña, sin animales cerca, caballos, vacas, perros, etc.

Esta casa era la mi tía Celestina.

Realmente yo a mi tía no la recuerdo de nada, dudo que llegara a conocerla porque tenía prohibido entrar a la habitación donde al parecer ella estaba.

Esta casa tenía una entrada con un portal muy amplio, donde había una escalera grande que subía al piso superior y abajo, al lado de la escalera a la derecha había una habitación donde creo que de vez en cuando oía hablar a mi tía con mi madre y mi padre.

Siguiendo hacia la izquierda, pasada la escalera, estaba la cocina, que ya también la recuerdo grande y muy  alta. Creo que era una habitación de las que yo más  utilizaba, quizá porque era donde siempre encontraba a mi madre o mi hermana María.

También recuerdo la parte alta de la escalera, el primer piso, que es donde realmente nosotros vivíamos, pues la parte baja, excepto la cocina no la recuerdo como my utilizada por mí para jugar o algo así.

La parte alta sí la recuerdo con una sala grande, donde había una estufa a veces, supongo que en invierno, y varias habitaciones, supongo que los dormitorios, y un balcón donde a veces me dejaba mi madre asomarme o donde me castigaba a sentarme allí hasta que me tomara un mejunje que hacía cuando estábamos constipados, tanto mi hermana como yo, y  hinchábamos de llorar porque no queríamos tomarlo, porque no nos gustaba su sabor. Era un tazón con agua caliente, miel, romero, algo de los pinos – no sé que era pero era algo de los pinos, - y un sabor que ni la miel era capaz de hacérnoslo bebible.

Esta casa estaba situada justamente detrás de la iglesia, tenía delante una placita, con una calle que bajaba desde la iglesia hacia abajo hasta la salida del pueblo y a la izquierda unas viviendas y una calle que llevaba hacia donde vivían mis tíos y mi abuelo Juan.

Precisamente a casa de unos de mis tíos que Vivian por allí, les obligaba con mi pesadez a ir por la noche después de cenar a "oír a los señores metidos en un cajón", esa era la idea que yo tenía de lo que era un aparato de radio, porque yo no era capaz de entender que eso no fueran unos señores muy pequeñitos que estaban metidos en ese cajón y que por las noches se dedicaban a hablar y tocar música y cantar.

Me temo que mi familia, tanto mis padres, como mis tíos y mis primos, se divertían más de verme a mí flipando con los tíos del cajón, que con lo pudieran escuchar en la radio.

Pero donde yo me hice pesado fue en la casa de mis vecinos de enfrente que tenían un niño de mi edad, llamado Pepe, que era con quien yo lo pasaba en grande, y pensaba que también él conmigo, pero que yo creo que a sus padres debía tenerlo cansados de tenerme allí continuamente. A veces también venía él a casa, pero temo que no le gustaba mucho, a causa del mal humor que debía tener mi tía Celestina. Repito que yo no la recuerdo, aunque sí tengo el sentimiento de que tenía bastante mal humor.

Con este amigo era con quien más me animaba a jugar, porque no recuerdo en aquella época tener amigos en el pueblo.

Sí recuerdo que en una casa que había en la placita a la izquierda, pegada a un lateral de la iglesia, vivía una señora que cuando se enfadaba con su hija, no recuerdo su nombre, la sacaba a la puerta y la tumbaba en un poyato de a puerta y le daba una cantidad de azotes con una alpargata, que daba pena verla y oírla. Nunca entendí a que obedecía aquellas palizas, pero sí recuerdo el hecho.

Posteriormente, no puedo recordar cuándo ni por qué, nos fuimos a vivir a otra casa, más pequeña, pero con un patio grande, que estaba por la parte alta del pueblo, frente a donde ahora se encuentra el cuartel de la guardia civil,  allí es donde he vivido siempre, incluso cuando no vivía allí.

Lo cierto es que no guardo un recuerdo bueno ni malo de la casa de mi tía Celestina, solo sé que siendo ya mayor, cada vez que pasaba por allí recordaba que allí, con las modificaciones que han sufrido todas las viviendas de aquella zona, viví yo cuando tenía cuatro o cinco años.

Y me divertía escuchando a los "tíos pequeñitos del cajón". Vaya idea!      

 


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